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Cuando el estímulo se convierte en desconfianza

Ricardo Elder Ramos Ramos* – griots.soluciones@gmail.com

Cartagena no es solo una postal. Es una ciudad de contrastes que, a pesar del sol y del mar, esconde profundas desigualdades. Y, sin embargo, aquí seguimos soñando con el cine. Soñamos con contar nuestras historias desde los barrios, desde los manglares, desde los sueños de nuestras juventudes. Pero hacer cine desde Cartagena es resistir en un terreno donde las reglas están escritas para otros, y donde las instituciones que deberían impulsarnos parecen más interesadas en premiarse a sí mismas.

Lo que ha pasado recientemente con el Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena (IPCC) no es solo una polémica pasajera. Es una muestra dolorosa de cómo se instrumentaliza el arte, se manipulan las convocatorias públicas y se pretende tapar el sol con un dedo en nombre de una “transparencia” que no aguanta el mínimo control ciudadano.

La convocatoria de estímulos para el sector cinematográfico, que prometía ser una oportunidad para los creadores locales, terminó cuestionada por presuntas irregularidades y falta de rigor en la evaluación. Se adjudicaron recursos a propuestas que —de acuerdo con denuncias públicas, como las del Consejo Distrital de Cinematografía, de un derecho de petición particular y posteriormente como las del concejal Javier Julio Bejarano— no cumplían con los requisitos. Y en vez de responder con responsabilidad, el IPCC revocó parcialmente el estímulo y devolvió el dinero a una contratista cuestionada, abriendo una guerra mediática en la que lo importante —el fomento a la cultura, el impulso a los nuevos talentos, el fortalecimiento del sector— quedó completamente relegado.

Lo más preocupante no es solo la posible irregularidad, sino la arrogancia con la que se responde a la crítica. El debate legitimo se descalifica como “ataques misóginos” o “campañas políticas”, cuando lo que hay es un clamor por la verdad. Cuestionar una decisión administrativa no es atacar a una persona, es ejercer control ciudadano. Cartagena no puede seguir naturalizando que los recursos públicos destinados al arte terminen entre los mismos círculos de siempre, mientras los jóvenes cineastas graban con celulares, editan de madrugada y nunca ven sus nombres en una lista de ganadores.

La falta de garantías, la incertidumbre permanente, las convocatorias amañadas, las decisiones sin criterios técnicos… todo eso empuja a muchos a irse. Y se han ido. Cartagena ha parido gente buena, creativos brillantes, sensibles, disciplinados, formados. Pero la ciudad no ha sabido apreciarlos ni darles el espacio que merecen. Se han marchado dejando familias, procesos, afectos, porque aquí no encuentran el piso mínimo para crecer. Las cosas hay que decirlas como son: Cartagena está perdiendo su talento creativo por falta de garantías institucionales.

Y en medio de este panorama desalentador, vale la pena destacar una excención honrosa: la labor incansable del Consejo Distrital de Cinematografía, Audiovisuales y Medios Interactivos. Allí hay gente seria, comprometida, conocedora del sector, que trabaja con ética y amor por este oficio. Desde ese espacio se han construido rutas, propuestas, diálogos. Se ha insistido en la importancia de una política pública que garantice transparencia, continuidad, participación real. Pero no pueden solos. Necesitan instituciones que escuchen y actúen con responsabilidad, no con soberbia.

Desde hace años venimos levantando la voz. No para pedir favores, sino para exigir equidad. No estamos en contra de nadie, estamos a favor del cine hecho en Cartagena, con ética, con rigor y con justicia. El arte no puede seguir siendo el botín de quienes rotan por los cargos públicos como si se tratara de una herencia. La cultura no se gobierna desde el ego ni desde la trinchera política: se construye con el tejido de la gente que cree, que crea, que resiste.

Nosotros seguimos aquí, rodando con lo que hay, formando nuevos talentos, creyendo que es posible un cine con acento cartagenero, que no se conforme con ser decorado de producciones extranjeras, sino que se plante firme con historias nuestras, con verdad, con memoria, con identidad.

Si desde el IPCC o desde la Alcaldía quieren hablar de cultura, que empiecen por respetar a quienes de verdad la sostienen. Y si de transparencia se trata, que respondan con hechos y no con cortinas de humo.

Cartagena merece más. Su cine, también.

*Cineasta y comunicador social

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