Subscríbete a nuestro canal de Whatsapp

Jóvenes, las víctimas de la barbarie

𝐋𝐨𝐬 𝐜𝐚𝐫𝐭𝐚𝐠𝐞𝐧𝐞𝐫𝐨𝐬 𝐧𝐨𝐬 𝐞𝐬𝐭𝐚𝐦𝐨𝐬 𝐚𝐜𝐨𝐬𝐭𝐮𝐦𝐛𝐫𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐜𝐚𝐝𝐚 𝐝𝐢́𝐚 𝐜𝐚𝐢𝐠𝐚 𝐮𝐧 𝐦𝐮𝐜𝐡𝐚𝐜𝐡𝐨 𝐦𝐮𝐞𝐫𝐭𝐨 𝐚 𝐦𝐚𝐧𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐬𝐢𝐜𝐚𝐫𝐢𝐨𝐬, 𝐩𝐚𝐧𝐝𝐢𝐥𝐥𝐚𝐬 𝐨 𝐢𝐧𝐭𝐨𝐥𝐞𝐫𝐚𝐧𝐜𝐢𝐚. 𝐒𝐞 𝐩𝐢𝐞𝐫𝐝𝐞 𝐞𝐥 𝐚𝐬𝐨𝐦𝐛𝐫𝐨 𝐲 𝐚𝐮𝐦𝐞𝐧𝐭𝐚 𝐥𝐚 𝐢𝐧𝐝𝐢𝐟𝐞𝐫𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚.

Rubén Darío Álvarez Pacheco, muchachon@rinconguapo.com

En Cartagena se están matando los jóvenes.

Y no es una metáfora: están cayendo bajo las balas de sicarios en moto, en peleas de pandillas o en actos de intolerancia que rayan en la barbarie.

Las cifras preocupan, pero lo que más estremece es la edad de las víctimas. La mayoría no supera los 25 años. Algunos ni siquiera alcanzan la mayoría de edad. Son muchachos que deberían estar aprendiendo a vivir, no muriendo en una calle encharcada, lejos de cualquier esperanza.

Lo que hay detrás de esta masacre silenciosa parece tener nombre: ajustes de cuentas, guerras de microtráfico, choques entre bandas que se disputan territorios en los barrios populares. Sin embargo, reducir el problema a una explicación de manual sería tan cómodo como irresponsable. Lo cierto es que Cartagena está perdiendo a su juventud, y lo está haciendo sin que parezca dolerle a nadie.

La disfunción empieza en casa. Muchos de estos jóvenes crecen en entornos rotos, sin referentes claros, sin modelos positivos, sin contención emocional. La ausencia de padres, la pobreza, la violencia intrafamiliar y la falta de oportunidades tejen una red que termina empujándolos al borde del abismo. Y el crimen, que siempre está al acecho, los recluta sin mayor esfuerzo.

En lugar de estudiar, trabajar o soñar, estos muchachos están disparando o huyendo. En vez de planear su futuro, idean cómo cruzar sin morir la “frontera invisible” de otro barrio. Los matan por mirar mal, por equivocarse de calle, por pertenecer al grupo rival; o simplemente por estar en el lugar equivocado y en el momento equivocado. No hay heroísmo en esa muerte. Sólo hay tragedia.

Lo más inquietante es que nadie parece estar al frente de esta crisis con la seriedad que merece. Las autoridades locales aparecen en los medios únicamente para dar partes policiales: que ya capturaron al sicario o está analizando las cámaras, que aumentarán la presencia policial, que investigan los hechos. Pero rara vez se escucha una propuesta seria para prevenir esta tragedia desde la raíz.

¿Dónde están los programas sociales? ¿Dónde están los equipos interdisciplinarios que trabajen con las familias? ¿Dónde están las campañas educativas que les devuelvan a estos jóvenes un sentido de pertenencia y autoestima? ¿O es que acaso ya nos resignamos a que los barrios populares sean tierra de nadie?

Porque lo que está pasando no es nuevo. Viene cocinándose desde hace años, y cada generación parece más expuesta al caos. Pero mientras se discute en salones refrigerados sobre “seguridad ciudadana”, en los callejones de los barrios pobres sus jóvenes mueren sin nombre y sin justicia.

Lo peor es que la muerte deja de escandalizar cuando se vuelve habitual. Ya ni siquiera sorprende que sea un adolescente la víctima o el victimario. Nos estamos acostumbrando. Y eso es aterrador. La indiferencia social se suma al silencio institucional, creando un ambiente perfecto para que la tragedia se repita sin pausa.

Cartagena está en deuda con su juventud. Y no se trata sólo de becas universitarias o talleres de pintura en casas de cultura vacías. Se trata de políticas públicas integrales, reales, sostenidas en el tiempo. Se trata de escuchar a los jóvenes, de acercarse a sus necesidades, de hacerles sentir que hay caminos posibles, fuera del delito y la desesperanza.

Cuando una menor asesina a otra por una pelea personal, algo más profundo está fallando. Esa escena no es un simple hecho aislado: es el retrato de una sociedad que no supo construir lazos afectivos ni formas sanas de resolver conflictos. Es la evidencia de que estamos criando generaciones que no aprendieron a gestionar sus emociones, porque nadie se ocupó de enseñarles.

Y eso no se resuelve con más policías ni con más cámaras de seguridad. La violencia juvenil no se combate con represión, sino con prevención. Y para prevenir, hay que invertir. Invertir en educación, en cultura, en deporte, en acompañamiento psicosocial, en empleabilidad y, principalmente, en fortalecimiento del núcleo familiar.

Los barrios no necesitan sólo presencia policial. Necesitan presencia estatal. Necesitan que el Estado entre con propuestas, no sólo con patrullas. Se necesita que los jóvenes vean  la institucionalidad como aliada, no como enemiga. Que sientan que su vida vale, que tienen un futuro, que pueden hacer parte del desarrollo de la ciudad.

A Cartagena le urge repensarse desde sus márgenes. Porque desde los márgenes están surgiendo los muertos. Y esos márgenes están poblados por jóvenes que, con la guía adecuada, podrían ser artistas, líderes comunitarios, técnicos, ingenieros, músicos o profesores. Pero, en vez de eso, están siendo enterrados por sus madres entre llantos y rabia.

Mientras tanto, las soluciones no llegan. Y la opinión pública sigue girando hacia otras noticias, otros escándalos y otras urgencias hasta que el siguiente joven muera y el ciclo se repita, como si fuera normal.

No basta con lamentar la muerte. Hay que evitarla. No basta con capturar al culpable. Hay que construir alternativas. No basta con reforzar el control. Hay que fortalecer el tejido social. Lo contrario es seguir administrando cadáveres; y eso es indigno de cualquier ciudad que se diga moderna y turística.

Cartagena no puede seguir siendo una postal bonita para los de afuera, mientras sus jóvenes se desangran en las esquinas. No se puede hablar de desarrollo mientras tantos futuros se pierden a punta de bala. No se puede hablar de paz cuando la juventud vive en guerra.

Cartagena está a tiempo de actuar, pero debe hacerlo con urgencia. Y debe hacerlo en serio. Porque cada joven asesinado es una derrota colectiva. Y porque toda sociedad que deja morir a sus jóvenes, está cavando su propia tumba.

Subscríbete a nuestro canal de Telegram

Deja un comentario

Aquí resolvemos sus inquietudes
Scroll to Top

Iniciar sesión