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Margarita Vélez y sus silencios que gritan

𝐇𝐢𝐣𝐚 𝐚𝐝𝐨𝐩𝐭𝐢𝐯𝐚 𝐝𝐞 𝐂𝐚𝐫𝐭𝐚𝐠𝐞𝐧𝐚, 𝐌𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐢𝐭𝐚 𝐯𝐢𝐞𝐧𝐞 𝐜𝐫𝐞𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐮𝐧𝐚 𝐩𝐨𝐞́𝐭𝐢𝐜𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐞 𝐝𝐢𝐬𝐭𝐢𝐧𝐠𝐮𝐞, 𝐪𝐮𝐞 𝐝𝐞𝐬𝐠𝐚𝐫𝐫𝐚, 𝐬𝐢𝐧 𝐫𝐞𝐧𝐮𝐧𝐜𝐢𝐚𝐫 𝐚 𝐥𝐚 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐞𝐳𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐩𝐚𝐥𝐚𝐛𝐫𝐚 𝐞𝐬𝐜𝐫𝐢𝐭𝐚.

Rubén Darío Álvarez Pacheco, muchachon@rinconguapo.com

En la geografía literaria del Caribe colombiano hay nombres que brillan sin estridencias, que no necesitan de reflectores para estremecer.

Margarita Vélez Bervel es uno de ellos. Nacida en Corozal (Sucre), pero forjada en Cartagena, su poesía es un espejo hondo donde se reflejan las fisuras de la existencia, los abismos interiores, las estructuras del poder íntimo y social, y una espiritualidad en permanente cuestionamiento.

Su carrera, marcada tanto por la abogacía como por la creación literaria, comenzó en los pasillos de la Universidad de Cartagena, entre códigos jurídicos y versos libres. Allí perteneció al taller “El Candil”, semillero de talentos y disidencias, dirigido por el maestro Felipe Santiago Colorado, donde la palabra era un acto de insurrección.

Margarita escribe desde una herida que no cierra; y, sin embargo, no sangra de forma evidente. Su poesía no grita, pero duele; no se impone, pero sacude. En sus libros “Del polvo y el olvido” y “El libro de las destrucciones”, la poeta traza una cartografía emocional intensa, que oscila entre la fragilidad de lo efímero y la voluntad de permanecer.

En el poema “Naciendo”, por ejemplo, se advierte una conciencia aguda del cuerpo y del tiempo: la voz poética se siente renacer y extinguirse al mismo tiempo, como si cada instante fuera una hoguera vital. Allí, el yo lírico es “rosas y hierba”, pero también “tormenta de sensaciones”, volcán y desierto: naturaleza desbordada y contradicción latente.

En “Todo”, la poeta asume su pequeñez frente al universo con una lucidez demoledora. “No alcanzaré a vivirlo todo”, escribe; y en ese reconocimiento hay una ética del límite, una dignidad del fracaso. No se escuda en la grandilocuencia; al contrario, su mirada es humana, profundamente humana, y por eso conmueve: “camino a tientas contra el tiempo”, dice, como quien se sabe derrotado, pero jamás rendido.

Su poesía no evade el dolor social. En “Otras vidas” y “Sueños”, recoge el hartazgo de generaciones marcadas por la desolación, la pobreza y el desencanto. Sus versos retratan un país donde la esperanza es un lujo; y la tristeza, un deber hereditario. “No nos queda más que creer en un pan”, dice con resignada ternura, como quien defiende con uñas el último hilo de fe. Su mirada, sin embargo, no es panfletaria: hay en ella una compasión estética, una manera de observar el sufrimiento sin manipularlo.

Tal vez el poema más revelador de su propuesta filosófica sea “Al fondo”. Allí, desnuda su visión existencial: no hay un otro que nos rescate, no hay un dios, un espejo, un consuelo. “Solos, terriblemente solos”, escribe, y ese eco no suena a nihilismo, sino a madurez espiritual. Su voz parece decirnos que sólo desde esa intemperie radical es posible construir sentido.

En su poema “La casa”, el tiempo y el espacio se funden en una imagen doliente: un lugar que ya no contiene nada, donde todo se ha desvanecido. La casa —símbolo arquetípico de refugio— se convierte en vacío, en metáfora del alma deshabitada. Es ahí donde se muestra con mayor crudeza: cuando explora la orfandad afectiva y la necesidad —infructuosa, siempre— de encontrar sentido, pertenencia y calma.

A sus libros publicados se suman títulos inéditos que, ya por sus nombres, anticipan la continuación de su poética desgarrada y lúcida: “Los días del exterminio”, “La infancia perdida” y “Dios y tiranos en Cartagena” prometen ahondar en el duelo, la memoria y la crítica a los poderes que rigen lo humano.

Margarita no teme ruborizar, no teme preguntar ni rebelarse: su poesía es un acto de entereza íntima, un diálogo entre el cuerpo y la historia.

No es exagerado incluirla en la constelación de voces femeninas potentes que habitan la lírica de Cartagena: Dora Berdugo, Eva Durán, Tania Maza y Margarita Vélez Bervel no sólo escriben poesía: construyen, con su palabra, otra manera de expresar la realidad. Desde el margen, desde lo femenino y desde lo herido.

Leer a Margarita es adentrarse en una experiencia estética donde el lenguaje se quiebra para decir lo indecible. Es reconocer que no todo puede ser salvado, pero que la poesía, al menos, lo nombra. Y nombrar, en este tiempo de ruido y de olvido, es ya una forma de resistencia.

𝐀𝐥𝐠𝐮𝐧𝐨𝐬 𝐩𝐨𝐞𝐦𝐚𝐬

NACIENDO

Estoy naciendo y muriendo

en este mismo instante

como las rosas y la hierba,

como el alcatraz y el tigre.

Soy inmensa en este crepitar,

en esta tormenta de sensaciones, en este dolor y esta alegría, en esta angustia y este cuerpo que me hacen parte del cosmos, en mis brazos como ramas de árboles encumbrados y como los extensos desiertos.

En mi boca de gruta y de agua estoy naciendo y muriendo en este mismo instante, de una manera ardua,

con el afán de un tomo,

con la fogosidad de un volcán.

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