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La historia de Manuelito

En una localidad rural vivía una señora con sus cuatro hijos: tres varones y una hembra. Cualquier día, madre e hija estaban conversando en la sala de la casa. De pronto, la hija le dice a la progenitora:

—Ay, mami, yo quisiera casarme con un hombre que tenga todos los dientes de oro.

La mamá, sorprendida, responde:

—¡Ay, mija, ese hombre debe ser el diablo!

Un medio día cualquiera, cuando el sol estaba en los más alto de su incandescencia, llegó a la casa de la señora un hombre vestido de negro y cabalgando en un corcel del mismo color. El hombre se desmontó, tocó la puerta y quien salió a atender fue la señorita de la familia.

El recién llegado pidió que, por favor, le regalaran un vaso de agua, porque venía desde muy lejos y se sentía muy sofocado.

La joven fue inmediatamente por el encargo. El hombre se tomó el agua con toda la urgencia de una sed inaguantable. En cuanto consumió el vaso hasta al fondo, lanzó un suspiro de agradecimiento, mediante lo cual la joven logró ver que el desconocido tenía todos los dientes de oro.

De inmediato lo hizo entrar a la residencia, llamó a la mamá y a los hermanos y se los presentó. El hombre manifestó sus deseos de pedir la mano de la joven, con la intención de casarse. El tipo fue tan convincente que la mamá no encontró otro camino que aceptarle la propuesta.

A la semana siguiente, los novios se casaron en medio de una estruendosa celebración. Una vez concluida la fiesta, la joven recogió sus pertenencias y se fue con su recién conocido esposo.

Pasaron varios meses en los que la familia no supo más nada de la hija, hasta que un día el mayor de los varones le dijo a la mamá que se iría a buscar a su hermana. La mamá le preparó un atado con buena comida y agua, para que pudiera sostenerse por el camino.

El hermano mayor emprendió la búsqueda hasta que llegó a un paraje solitario donde sintió mucha hambre, por lo cual se sentó debajo de un enorme árbol a devorar parte de la vianda que le había preparado su mamá.

Cuando comenzó a alimentarse se le presentó una anciana, quien le dijo lo siguiente:

—Ay, mijito, ¿no tendrás un poquito de comida que puedas compartir con esta pobre viejecita?

—Qué va, mama-abuela —respondió el muchacho—, casi no está alcanzando para mí y va a alcanzar para usted.

—Está bien —dijo la anciana—, pero más adelante encontrarás tu recompensa.

Después de varios días preguntando, el joven logró localizar la casa de la hermana, quien se alegró sinceramente de volverlo a ver. En la tarde, cuando el esposo volvió del trabajo, la muchacha le dio la buena nueva:

—Mira, mi hermano mayor vino a visitarnos.

—Ah, bueno —respondió el esposo—, como cuñarejo-cuñarejo, me lo llevo mañana a trabajar al monte.

Al día siguiente, ambos hombres partieron hacia la finca donde trabajaba el esposo, quien, a los pocos minutos de haber llegado, se transformó en el diablo y le clavó el trinche por la espalda al muchacho. Luego lo sepultó y le informó a la esposa que el hermano había salido a cazar y lo mató un tigre.

Varias semanas después, y viendo que no había noticias de la hermana ni del hermano mayor, el hermano segundo decidió salir a la buscarlos. La mamá le organizó un buen atado de comida y agua para cuando lo atacara la fatiga.

Después de varias horas caminando y preguntando, el joven se sintió fustigado por el hambre y se sentó debajo de un enorme árbol a comer. Cuando estaba devorando la vianda, apareció nuevamente la anciana, quien tampoco logró que el muchacho le diera comida.

—Está bien —dijo la mujer—, pero más adelante encontrarás tu recompensa.

El joven siguió caminando y preguntando hasta que logró localizar la casa de la hermana. Lo mismo que en la primera ocasión, el esposo dijo:

—Ah, bueno, como cuñarejo-cuñarejo, me lo llevo a trabajar mañana al monte.

Nuevamente, el diablo mató al cuñado, lo sepultó y contó a su esposa la misma mentira de la fiera asesina.

Pasaron los días. Manuelito, el hijo menor de la familia, le hizo saber a su mamá que saldría en busca de sus hermanos. La mamá le organizó un buen atado de comida y agua. Cuando llegó al enorme árbol se dispuso a comer, pero antes de que se llevará el primer trozo a la boca se le apareció la anciana pidiéndole comida, a lo que el joven dijo:

—Claro, mama-abuela. Venga, siéntese a comer conmigo.

La anciana se sentó a comer con el joven, quien notaba que entre más comían más comida parecía brotar del recipiente que le había dado su mamá.

Cuando terminaron de comer, la anciana se convirtió en la Virgen María y le dijo a Manuelito lo siguiente:

—Hijo mío, vas para una zona de mucho peligro. Toma estas tres agujas y este rollo de hilo. Cuando te sientas en dificultades, tira las tres agujas y ellas se convertirán en tres perros feroces, que se llaman Cambambalí, Cambambalico y Chimilagó. Luego tiras la bola de hilo y ella se convertirá en una cabuya larga y fuerte. Cuando tires las tres agujas, debes cantar lo siguiente: “Cambambalí, Cambambalico, que ya llegó Chimilagó”. Y las agujas se transfor-marán en los perros feroces que te defenderán de cualquier amenaza.

Manuelito siguió su camino hasta que llegó a la casa de la hermana. El esposo dijo lo de siempre:

—Bueno, como cuñarejo-cuñarejo me lo llevo a trabajar mañana al monte.

Al día siguiente partieron hacia la finca, pero cuando el hombre se convirtió en el diablo y trató de matar a Manuelito, este se trepó rápidamente a un árbol, tiró las agujas y cantó: “Cambambalí, Cambambalico, que ya llegó Chimilagó”. Y las agujas se convirtieron en tres perros enormes que atacaron al diablo y lo tiraron al suelo.

Ese momento lo aprovechó Manuelito para bajar del árbol, tirar la bola de hilo y convertirla en una soga fuerte, con la cual amarró el cuello del diablo y lo guindó de una de las ramas hasta quitarle la vida.

Inmediatamente se fue corriendo para la casa de la hermana y le informó que su esposo era el diablo y que acababa de matarlo. La hermana, antes de irse, le pidió que la llevara a la finca, porque quería ver el cadáver de su esposo. Manuelito la llevó y se quedó esperándola a la puerta de la finca.

Más tarde volvieron al pueblo y le contaron toda la historia a la mamá, quien duró varios días llorando de pesar por sus hijos asesinados, pero al mismo tiempo se alegraba de haber recuperado a su hija y a Manuelito.

Sin embargo, una noche Manuelito dormía plácidamente, cuando de pronto la hermana se levantó sigilosa, sacó de sus pertenencias una costilla del diablo y se la clavó al joven en el pecho.

El sepelio de Manuelito fue multitudinario. Todos los habitantes del pueblo, y gente de los pueblos vecinos, asistieron y llevaron flores, bandas y grupos de música folclórica, en honor del joven que los había librado del maligno. La hermana, después de asesinarlo, desapareció para siempre.

Notas del relator:

La historia que les relaté no sé qué título tiene. Ese que ustedes acaban de leer es de mi invención. Nos la contaba mi hoy difunta mamá, Dolores Pacheco Orellano, todas las noches a mi hermano Marco y a mí. Nunca se me ocurrió preguntarle quién se la había referido o dónde la había leído. Más de 50 años después me viene persiguiendo la inquietud de saber cuál es el origen de ese cuento. He buscado en internet, pero mis pesquisas han sido infructuosas. Se la he contado a varios amigos, de los más lectores y curiosos, pero tampoco dan con el origen. Por eso se las voy a relatar, con la esperanza de que alguno pueda ayudarme en el objetivo. RUBÉN DARÍO ÁLVAREZ PACHECO, muchachon@rinconguapo.com.

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