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Contra toda evidencia, Céspedes

El minicuento, uno de los formatos más interesantes que tiene la narrativa literaria, encuentra en las manos del poeta cartagenero, Juan Carlos Céspedes Acosta, una fuente creativa, que invita a visualizar mundos, a partir de la brevedad de la palabra.

Rubén Darío Álvarez Pacheco, muchachon@rinconguapo.com

Muchas historias, pocas palabras fue el primer libro de Juan Carlos Céspedes que llegó a mis manos. Se trata de una antología de minicuentos (micro relatos, como se dice ahora), donde los principales protagonistas son la palabra precisa y las imágenes luminosas que impactan más allá del asombro.

Ha dicho Borges que el minicuento es un peligroso equilibrio entre el poema y el relato, prueba de fuego que Céspedes ha sorteado muy bien mediante sus libros de poemas y en cuanto a la narrativa.

De él se han conocido otras publicaciones como Contra toda evidencia, la poesía, La lucidez del contaminado, Cuentos de la Urraka y Antología poética II.

A diario se le ve en las redes sociales, ya sea dando a conocer un nuevo poema o enseñando frases formativas, de profundo carácter espiritual, tal es el talante de su gusto por explorar el alma humana a través de sus estudios sobre el crecimiento espiritual.

Abogado y maestro de talleres de literatura, nacido en el barrio cartagenero Lo Amador, Céspedes dice recordar que en sus primeros acercamientos con las letras tuvo algo que ver Roberto Céspedes, su padre, un lector voraz quien siempre iba llenando de libros el hogar, pero sin sugerirle a nadie que se dedicara a la lectura.

“Siempre lo digo en mis talleres. Mi padre jamás me indujo directamente a la lectura. Simplemente llevaba sus colecciones de libros, periódicos y revistas; y, dependiendo de la edad que tuviéramos, iba llevando el material: desde los clásicos infantiles hasta los clásicos universales. Al fin niño, la curiosidad me llevó a abrir los paquetes donde venían los libros. Primero me metí con los infantiles y después con los clásicos, hasta terminar fulminado por Crimen y castigo, de Dostoyevski. Ese enfrentamiento entre las inteligencias del inspector y Raskolnikov me golpearon bastante, además de los conceptos que el autor despliega a lo largo de la novela”.

Ese encontronazo era el asomo de la receptividad y la intuición, que más adelante lo llevarían a optar por los caminos del poema y de la narrativa corta.

“Sinceramente, creo que para ser poeta se necesita de una sensibilidad especial. Más que tener lecturas encima y mucha cultura, se requiere sensibilidad al cien por ciento. Es que el poeta es un ser que nace sin piel. Por eso todo lo toca, todo le conmueve. Muchos miembros de la academia de la lengua manejan el idioma y la gramática perfectamente, pero son incapaces de escribir un verso, por no tener la sensibilidad de la cual hablo. Para mí un gran poeta es un ser que se trasciende a sí mismo, que se hace voz del mundo. Porque cualquiera podría escribir sus cuitas, pero no cualquiera toma la voz del mundo y escribe con el dolor del mundo. Cuando Walt Whitman dice ‘Yo me canto y me celebro…’ está cantando por todo el mundo. Claro está, también hay poetas que son muy personales, pero eso también se acepta como poesía”.

Con la sensibilidad se nace, pero más adelante debe ser irrigada por lecturas y maestros que harán crecer los árboles de donde caerán los frutos del saber contar historias y pintar paisajes intrínsecos.

“Los primeros poetas que leí fueron Cote Lamus, Raúl Gómez Jattin, Cortázar, Borges, Octavio Paz, etc. En fin, son autores a los que todo el mundo menciona, no sólo porque pertenecen a la tradición literaria nuestra sino también porque se constituyeron en una escuela a la que todos los que deseen escribir bien deberían ingresar. Uno llega a esos autores cuando escucha a alguien hablando de ellos, sobre todo si ese alguien es un escritor de prestigio o lector dedicado. A propósito de Gómez Jattin, lo conocí cuando ya yo era autor y siempre vi en él a ese poeta que asumía la valentía que hemos venido mencionando. Se atrevió a tratar ciertos temas, aun sabiendo que lo iban a señalar, pero no le importó y asumió su destino de poeta. Mi primer taller literario lo hice con el poeta cartagenero Pedro Blas Julio Romero, quien lo dirigía en el Museo de Arte Moderno. Cualquier día me le presenté con un mamotreto y él me dijo: ‘está bien’. Pero —por sus gestos—  me di cuenta de que no era así, y que Pedro sólo quería ser amable conmigo. Muchos años después, cuando empecé a dirigir talleres literarios, comprendí que Pedro hizo bien, porque uno no puede truncar a los aspirantes a escritores. Muchos jóvenes tienen la sensibilidad, pero no tienen las lecturas y el oficio que se requiere para escribir bien, y es ahí donde uno, como orientador, debe colaborarles con palabras que los entusiasmen, en vez de desanimarlos”.

Como director de talleres literarios, Céspedes suele advertir que los mismos deberían ser un laboratorio donde los asistentes aprendan a bucear en sus propios océanos, para luego emerger con el tesoro inconfundible del sello personal.

“Si para algo debe servir un taller es para que los asistentes aprendan a endurecerse, recibiendo con madurez las críticas de los compañeros, pues en la calle la sociedad ya no será tan amable para criticar. También hay que evitar que el taller se convierta en un club de admiradores del maestro, quien debe lograr que sus condiscípulos hallen sus propios estilos, sus propias voces. De no ser así, los asistentes terminarán siendo clones en serie del maestro”.

Después de salir del taller, los escritores establecen sus métodos personales de escritura, algunas veces basados en los fantasmas que los persiguen desde que iniciaron sus lecturas.

“En mi caso, opino que hay obsesiones que pueden durar un año, cinco años o toda la vida. Las que duran menos son las que se van liberando mediante la escritura. Es posible que por el camino aparezcan factores que produzcan nuevos fantasmas, como un desencanto amoroso, por ejemplo. Pero dependiendo de la intensidad de ese desencanto, asimismo durará la etapa que se exprese en la escritura. Mi tema recurrente siempre ha sido la soledad, aunque creo que los seres humanos siempre escribimos sobre lo mismo. Lo que cambia es la forma como se hace y la época en que se hace. La voz de mi tiempo no es la misma voz de Carranza, aunque sus fracasos amorosos hayan sido iguales a los míos”.

El primer libro que Céspedes publicó se titula Muchas historias/ pocas palabras, en cual se leen portentos de la narrativa breve (o “súbita”, que también llaman), como estos:

Sin testigos

Por el agujero que me dejó la bala vi el rostro de mi asesino.

África

La hoja de un machete silba el aire. Un muñón que escarba la tierra encuentra su mano agarrada a un diamante.

***

“Siempre he sido un hombre de fe —cuenta el autor—, pero a mi primer libro no le tenía mucha confianza en cuanto a cómo sería recibido, porque eran textos demasiado cortos, hasta que recibí el espaldarazo de haberme ganado el primer lugar en un concurso de la Universidad de Córdoba. Me gustó que hubiera sucedido eso por dos cosas: soy muy admirador de Augusto Monterroso, por esa capacidad de síntesis tan genial que tiene; y por una conversación que tuve con Roberto Montes Mathieu, quien me decía que con la velocidad con que anda la vida en estos momentos, un novelista no debería hacer novelas de más de 250 páginas. En contraposición, al poeta se le facilita la posibilidad de hacer microcuentos, porque en una sola línea puede expresar un mundo de cosas que el lector irá agregando, según su entender. En esa medida, hay microcuentos que también podrían considerarse poemas. Respecto a los cuentos largos, me gusta que lleguen a máximo cinco páginas. En eso soy muy borgiano. No tengo ningún problema en ponerle punto final a un relato en donde considero que ya dije lo que iba a decir. Todavía no deseo encarar la novela”.

No lo dice claramente, pero, al parecer, el poeta no cree que los creadores deban depender de la inspiración o de la disciplina creativa.

“Sencillamente hay días en que uno se levanta con ganas de hacer algo o sin ganas de hacerlo. Eso aplica también para la escritura. Las ideas siempre están dando vueltas. Por eso les digo a mis talleristas que no se preocupen si llevan varias semanas sin escribir. Las historias se van armando allá arriba y, cuando llega el momento del parto, surgen hasta cinco y diez poemas o cuentos de la misma temática, porque el ser humano necesita ir liberándose de cosas. Pero uno se desespera, debido la concepción equivocada de que hay que sentarse frente al teclado para que salga algo. No. La poesía no se puede concebir de esa forma. El cuento sí. García Márquez decía que uno debía sentarse y obligarse, aunque no le salga nada, porque eso debe volverse una disciplina, si de verdad se quiere ser un buen cuentista”.

Muestra de poemas

Sísifo

Quizás el destino que construimos

sea esa piedra empujada cuesta arriba,

donde la palabra se desliza de nuevo

a los pies del próximo poeta.

Quizás lo que realizamos piedra arriba

sea el eterno descifrar del paso olvidado,

donde encontraremos las claves precisas

para que algún día la roca ocupe su lugar en la cima.

Si me quedo en silencio

Si me quedo en silencio

puedo escuchar el rumor de sus piernas

Cuando viene caminando

trae un idioma que me habla

de sábanas desgarradas

Si se sienta frente a mí y las une muy fuerte

me dicen tener un bello secreto que contar

A veces las cruza y su voz adquiere

una sensualidad deslizante

Y habla de una tarde de junio

en que aprendió a leer mis ojos.

La casa de la lluvia

Afuera el sol quema la tarde

mientras del techo cae el agua

acumulada de todos los inviernos

que han pasado por mis ojos

Los muebles paraguas abiertos

flotan sus historias de visitas y parientes

que viajaron su estación por mi memoria

De la vajilla y sus charlas de café

escurren las últimas palabras

con el sabor de los dados de azúcar

y la siempre despedida de la puerta

Y yo empapado de toda esa agua

esquivo objetos que me lloran su presencia

en medio de los truenos agazapados

en cada rincón de esta casa que no se rinde.

Muestra de minicuentos 

Iniciación

Helena nunca supo que antes e desnudarse por primera vez frente a un hombre,

ya el espejo le había hecho el amor tres veces.      

Paraíso

Vio que lo hecho era bueno y descansó. Al día siguiente despertó turbado por un horrible sueño: imaginó que había creado al hombre.

Educación

El niño no ha ido nunca a la escuela, pero sabe que una bala más otra bala son dos hombres muertos.

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