En los conversatorios de muchachadas, sentados en los bordillos del parquecito veíamos frecuentemente pasar a un hombre con discos de 33 revoluciones en sus manos, casi siempre iba concentrado en la lectura de la carátula del Low Play (LP). Otras veces, los llevaba debajo de sus brazos con una sonrisa de quien va feliz porque carga consigo un tesoro.
Rodrigo Ramírez Pérez, rorro@rinconguapo.com
Nosotros muy poco alcanzábamos a distinguir de qué música eran esos discos de acetatos. Recuerdo que Alfredo, un vecino de la infancia, nos trataba de enseñar, y por eso, decía: “Ese man, es una biblia de la salsa”. En nuestra ignorancia reíamos y le restábamos importancia a la expresión del compañero.
Razón tenía Alfredo, pues frecuentaba la calle por donde vivía el man de los discos y en varias oportunidades le alcanzó a oír sus repertorios cuando se sentaba en la puerta de su casa a degustar la música que conformaba su colección.
La verdad que el único que se interesaba por el man de los discos era Alfredo, para los demás era otro vecino. Cuántas veces se nos repitió la misma escena, verlo transitar muy cerca de nosotros y Alfredo hacer otra vez la expresión de elogios sin tener contertulios, ahora no podría precisar, pero fueron muchas las ocasiones en que nos burlamos de nuestro compañero. Si fuéramos los pelaos de esta época, seguramente lo hubiéramos matoneado con la frase: “Cabréate muchacho… o sácatelo a vivir… Supéralo…”
En los años de estudiante universitario, Jairo Baena Vargas, periodista de Cartagena y también amigo de la infancia, me invitó a un programa cultural que se emitía en horas de la noche por Radio Príncipe, cuando funcionó en una casona del tradicional y señorial barrio de Manga que era propiedad de un reconocido político de la ciudad para aquellos tiempos.
Se trataba de Facetas, uno de los programas radiales de corte cultural con mayor sintonía en la ciudad, recuerdo que lo conducían Amaury Padilla Cabarcas, Édgar Rey Sinning, Jairo Baena Vargas y Moisés Rocha Jiménez. Al llegar a la estación radial en la cabina, además de Jairo, estaban dos rostros que conocía, pero no sabía quiénes eran.
Amaury y Moisés, fueron mis vecinos de barrio, a quienes nunca había tratado sino hasta ese momento. Con ellos a partir de entonces, se gestó el nacimiento de una amistad que estaba en deuda a través del tiempo.
Antes de finalizar el programa, muy gentilmente me abrieron los micrófonos para que hablara de mi experiencia como estudiante de periodismo en Bogotá.
El maravillado fui yo, pues el formato de la radio cultural que se registraba en mis sentidos me encantó y fui un oyente más en aquellos días de vacaciones, a tal punto, que en el primer semestre de 1991 lo copiamos en la universidad con los compañeros para la asignatura Producción Radio, siendo nuestro docente, Gabriel Muñoz López (fallecido) considerado el decano de la radio colombiana, a quien llevo con dignidad en el inventario de profesores que difícilmente uno puede olvidar, además de aprehenderle lo básico para la profesión, conocí sus calidades humanas, de tal manera, sin ser el mejor de sus clases me exoneró de presentarle el examen final, sólo por darme la oportunidad de viajar a Cartagena un día después de haber nacido mi hijo José Ángel, recuerdo que era un lunes y me falta presentar el último parcial del semestre, Producción Radio, programado para el jueves.
También, aquella noche la puesta en escena de Facetas me permitió entender, porque Alfredo elogiaba al man de los discos de 33 revoluciones que nos interrumpía cuando transitaba por el parquecito. Se trataba de Moisés Rocha Jiménez, que en ese momento era el encargado de seleccionar la música que ambientaba el programa radial.
Cada vez que el operador de controles en la emisora iba a poner las canciones, Moisés le indicaba que tema colocar, y luego, en cabina detallaba la pieza musical desde su autor, arreglo, interprete, versiones y género. Lo hacía con propiedad, lo que de inmediato me permitió calificar su talento como un melómano de alto quilate. Ello, a mi modo de categorizar el entendimiento, lo escalaba a una autoridad en la música del Caribe. Ese día hicimos la zanja para echar los cimientos de la gran amistad que me unió a Moisés y la que me suscribe a Amaury Padilla.
Ese día vi por primera vez el álbum “Estampas” en LP de Cheo Feliciano, donde están “los entierros” del autor Tite Curé Alonso. Tengo en mi custodia el texto de Moisés Rocha donde narra cómo fue su amistad con Tite Curé, cuando vino a Cartagena invitado al Festival de Música del Caribe en el año 1993, documento que produjo luego de conocerse el fallecimiento del compositor puertorriqueño. Me lo entregó en una memoria y me dijo: “Échale una leída y revisada gramatical”. No tengo certeza si algún medio impreso o virtual se lo haya publicado, lo que sí sé, es que fue su último trabajo que me entregó para que se lo guardara como muchos otros en mi computadora.
Tengo por costumbre sistematizar la información que hospedo en equipos computarizados, algunos, con interface en la nube. Sin querer ser un agente que custodia datos, en nuestros sistemas de almacenamiento digital y físico reposan documentos escritos, gráficos, audiovisuales y similares de mis amigos, clientes, familiares, y por supuesto, de mis trabajos personales y profesionales. Por ello, Moisés Rocha y Gustavo Balanta Castilla (también fallecido) me dieron a guardar parte de sus piezas creativas (escritos, videos y audios) porque sospechaban que mi custodia era confiable.
En el ejercicio de mi profesión, cuando apenas me iniciaba como periodista afianzamos los lazos amigables con Moisés Rocha en el noticiero radial AM Noticias que dirigió Rafael Puello Montero a mediados de los 90’s. Pues Rafa lo invitaba una o dos veces a la semana como un consultor de primer plano en temas salseros. Me lo quedaba mirando, y se repetía aquella imagen que guardo de muchacho: los discos en sus manos y esa sonrisa que resumía, en su conocimiento había un tesoro.
Sin duda, Moise, como nos acostumbramos a decirle, tenía un vasto entendimiento de los ritmos del Caribe, incluyendo el reggae y la soca. Pero donde era un verdadero maestro fue en lo que todos llamamos salsa. Moisés, referenciaba esos aires musicales con sus verdaderos nombres como son cubano, son montuno, la guaracha, el mambo, el guaguancó, la guajira, el bolero, el chachá, el danzón en entre otros ritmos nacidos en Cuba que se mezclan con la plena y la bomba puertoriqueña, el merengue dominicano, el compás haitiano, el calipso jamaiquino, la cumbia colombiana, el tamborito panameño, la samba brasilera, el latin jazz y el pop de USA.
A mitad de los 90’s en nuestros inventarios de amigos nos contabilizábamos, Moisés Rocha en el mío, y yo en el de él. Gracias a la música nos estrechamos esa hermandad de diferentes madres y padres. Puedo confesar que mi gusto por la salsa comienza a fortalecerse por sus enseñanzas, pues mis oídos comenzaron a identificar otra sonoridad, más allá de la expresión: échate pa’ llá y vamos a bailá.
Mi primera colección de una parte de la música de Rubén Blades se la compré a Moisés, me grabó como 20 cassettes que en las tardes mientras escribía las noticias ambientaban el espacio de trabajo. Tenía una grabadora en la sala de redacción donde oía los temas del panameño y otros artistas salseros, por fortuna, a los colegas no les incomodaba mi preferencia, claro, el volumen era muy moderado como el perfume fino que sólo se percibe a una corta distancia de quien lo usa.
Así como el virus que contagia en cuestión de segundos, cambié mi preferencia de la música comercial que todos seguimos por moda para quedarme con los artistas salseros, sobre todo con los temas que muy pocos eran hit parede en las estaciones de radio, esos que se conciben por su calidad artística y ser obras maestras en el ritmo afrocaribeño.
La amistad con Moisés nos permitió ser cómplices en varios programas radiales de corte cultural y en la gestión cultural de actividades relacionadas con la música salsera, tales como conversatorios, encuentros y otras jornadas donde la utopía nos convencía de la importancia de tener sueños, y así, saber que estábamos vivos entre tantos muertos.
En dispositivos de medios magnéticos (discos duros) tengo varios textos que Moisés autorizó confinar, como si se tratara de un centro de documentación para la posteridad. Eso pasó, porque nos tuvimos la confianza para que revisara sus escritos, puedo decir que son exquisitos en redacción fluida con una impronta muy personal.
Quedó en deuda una sección en nuestro portal web (www.vamosaandar.com) donde íbamos a sistematizar para la consulta pública sus trabajos escritos sobre la salsa y experiencias como gestor cultural, lo conversamos más de una vez y estuvimos de acuerdo pero faltó concretarlo.
Una madrugada, de tantas que tuvimos, en nuestras caminatas alrededor de la unidad deportiva Fidel Mendoza Carrasquilla de Cartagena de Indias me manifestó que esa idea de subir su trabajo a la Web era genial, porque pese de sus publicaciones en revistas y periódicos impresos, más las grabaciones de sus programas radiales y televisivos, muy pocos trabajos suyos se conocían por Internet.
La idea lo entusiasmó y me prometió sacar unos días para planificar la transición a la Web. “Errrda Rodri, esa es la mejor propuesta que me han hecho en los últimos años, que vaina bacana…” Así me dijo mientras nos despedíamos con un abrazo.
Pasaron los meses, quizás un año y poco más, cuando lo volví a ver, pese de que vivíamos en el mismo barrio, ignoraba que en ese momento (noviembre de 2018, 20 días antes de su muerte) nos separaba unas cinco cuadras porque estábamos en la misma calle.
Con Moisés Rocha fuimos vecinos en los últimos 40 años en un radio de acción que no superaba los 600 metros, se mudó varias veces sin salirse del mismo perímetro, sin embargo, nos tomaba tiempo coincidir en nuestras rutinas, pero cuando nos encontrábamos el tema de conversación fue, casi siempre, la salsa; una que otra vez, los asuntos personales y familiares se tomaba unos minutos de la charla.
Esa última vez que lo vi (noviembre de 2018) estaba muy desmejorado física y anímicamente. Me contó de sus problemas de salud y de la necesidad de mudarse a un lugar donde se sintiera más cómodo. Me dijo que estaba reiniciando sus caminatas mañaneras y tenía la fe que se iba a mejorar, que no había olvidado lo de llevar su trabajo a la Web. Esta pudo ser la única vez que no hablamos de salsa, sin embargo, afirmar su promesa de incursionar en Internet para mí era como haber tenido esa grata conversación.
Eran como las siete y media de la mañana, esta vez, caminaba por las calles del barrio, inusual porque el escenario habitual fue la unidad deportiva, puedo dar fe que en sus actividades física tenía mucha disciplina. En esta última ocasión lo acompañé hasta la equina de la calle San Luis con Av. Pedro de Heredia, tomó una de las aceras del parquecito (el mismo de mis encuentros de muchacho). Su paso era lento, en su rostro ya no estaba esa sonrisa del que cargaba consigo un tesoro… Lo vi alejarse y me dejó el corazón entristecido, de inmediato tomé el teléfono y llamé a Rubén Darío Álvarez para contarle la dolorosa escena.
Unas semanas atrás Rubén me había pedido su número telefónico porque necesitaba hablar con él, le pregunté si había podido comunicarse, me dijo que le salía apagado, entonces, le expliqué que fueron los días en que estuvo hospitalizado. En la última conversación con Moisés me comentó que le había ganado una partida a la muerte, quise creerlo, pero mientras le observé distanciase con su caminar pausado alcancé a ver al garabato con su macabra danza detrás de él y a muy cortos pasos…
La cofradía que hoy me une a la salsa nace con Moise, diría que Alfredo, aquel amigo de la infancia fue el referente con efecto retardado que se materializó en mí 10 ó 15 años después, de verdad que ignorantemente, me burlé de Alfredo cuando elogiaba al man de los discos que interrumpía nuestra charla vaga del parque.
Cuando fui miembro de la Corporación Areito, le conté a Moisés Rocha, la anécdota de esa muchachada que matoneaba a Alfredo, quien fue el único que le reconocía como un sabio de la salsa. De Alfredo, tengo más de 30 años de ignorar qué es de su vida, ya no es vecino de nuestro barrio, tampoco sé si le gusta la salsa como ahora a mí, me “eriza” (Parafraseando a Amparo Grisales).
En Areito nos congregábamos unas 20 ó 30 personas, todas íntimamente vinculadas al gusto por la salsa, varios nos dedicábamos a la gestión cultural; la mayoría eran profesionales de distintas disciplinas. Desde esa agremiación para mí se inició la extensión de la cadena de amigos salseros en Cartagena y otras áreas del país.
Desde Areito se organizaron charlas, conversatorios, encuentros de coleccionistas, recitales de poesía y presentaciones de conjuntos y danzas de salseros, fue una experiencia maravillosa, donde el conocimiento colectivo por la salsa se enriquecía.
Hoy tengo un inventario de amigos y conocidos salseros que enumerarlos podría ser riesgosos, de muchos me acuerdo de sus caras, pero de sus nombres. Cada rato me da vergüenza cuando me encuentro con ellos en la calle, casi todos me saludan con mi nombre y apellido, y yo, solo digo: Ajá mi compay. ¿Cómo va todo?
Lo grato que de ese inventario me hermané con Eliécer Marimón, Yahara y Juliana González; Carlos Junco, Víctor Isaza (fallecido), Erver Hernández y Dulfri Martínez, con ellos, gozo de una hermosa amistad. Y como se dice popularmente: Pa’ las que sea, mi herma.
Esta música afrocaribeña me ha permitido construir viaductos de amigos muy extensos, decir que son 10 ó 20 kilómetros de longitud es quedarnos corto. Podría compararme con los tentáculos del pulpo, y son tantos brazos que se expanden desde una sola cabeza: la salsa.
Por un frente mi amigo y colega Rubén Darío Álvarez Pacheco facilitó la amistad con Heriberto Martínez, Remberto Campo, Tomás “Tommy” Miranda, William Hincapié, Manuel “Mañe” Vargas y Lorena Puerta (aunque la conocí por el festival de cine de Cartagena, en los tiempos de Don Víctor Nieto, supe que era una salsera hace unos pocos años).
Mi preferencia por el cine me permitió tener una doble amistad con Emery Barrios (fallecido), además de conversar del séptimo arte, la salsa ocupó largas conversaciones en las calles del centro histórico, porque nuestros encuentros fortuitos coincidían en esos temas, cine y salsa. A este amigo le aprendí tanto de esos dos gustos culturales.
También el ejercicio periodístico me dejó amistad hermanada desde la salsa con Joaco Puello y José Guillermo “Cheo” Romero Verbel (fallecido). Ahora me acuerdo que la primera vez que traté con el Cheo me negó la acreditación para un concierto de salsa donde él era el jefe de prensa. Los siguientes eventos de esa índole, y nuevamente, el Cheo era el representante de los periodistas no necesité siquiera solicitar la acreditación, pues me advertía: “Hey Rodrigo, aquí tienes tu credencial o tu boleta, Ud. no necesita demostrar que es comunicador social y menos que es salsero”.
Las paradojas de la vida tienen su razón, y a veces, se manifiestan de manera agreste para que nos cueste trabajo asimilarlas. El incidente que experimenté con el Cheo Romero cuando nos conocimos por primera vez, ya se había repetido unos meses antes con Jorge García Usta (fallecido), quien era el jefe de prensa del Festival Internacional de Cine de Cartagena, también él me negó la acreditación del Festicine de 1992. Los años siguientes hicimos amistad con Jorge, después me acreditaba al festival sin los requisitos de rigor, entendí que había hecho carrera mi preferencia por el cine.
Así como la salsa se convirtió en preferente cultural para mi existencia, el cine es otra de las aficiones de éxtasis donde me refugio para esconderme de las situaciones personales y sociales que me sitian. Uno de estos dos gustos, o a veces, de forma simultánea los dos son el exilio donde sepulto lo que me hace daño antes de soltar todo y echarme a correr.
Pero debo ser honesto, lo que sé de la salsa es muy poco para lo que me falta por aprender, puedo asegurar que sigo siendo un estudiante, ahí, está la razón de mostrarme de muy bajo perfil entre los amigos que conocen de mi preferencia, y es por ello, que siempre me revelo como parte del equipo logístico que apoya las actividades culturales salsera donde hemos estado involucrados. Idem con el cine.
En aras de esa honestidad, debo agradecer infinitamente a Moisés Rocha Jiménez por compartir su conocimiento, por depositar tanta confianza de sus investigaciones en mis manos y por confinarlas en mis equipos magnéticos. Hoy, cuando Moise le pertenece al recuerdo y a la memoria por lo que le aprendimos, con la certeza que jamás nos veremos en este mundo terrenal, entiendo que esas pocas propiedades intelectuales que están bajo mi custodia hacen parte la amistad salsera que nos unió desde aquellos años cuando lo conocí por el diminuto referente: el man de los discos…