Rodrigo Ramírez Pérez, rorro@rinconguapo.com
Dos veces estuve en el inventario de los que se mudan del barrio… Una primera vez, entre las decenas de víctimas del siniestro aéreo de Flamenco, y la segunda ocasión, cuando le vi la cara de pavor a Fernando, un amigo de la familia que creía que yo era Ramiro, mi hermano que murió hace 18 años…
A mediados de los años 90 en el corregimiento de Flamenco, jurisdicción del municipio de Marialabaja, departamento de Bolívar, Colombia, un avión de la empresa aérea Intercontinental cayó en la ciénaga de Flamenco con el lamentable saldo de 52 muertos y una niña de nueve años como la única sobreviviente.
El siniestro se presentó la noche del 11 de enero de 1995. Las fallas del aeroplano a muy pocos kilómetros de su destino final, quizás, motivaron a los pilotos hacer una maniobra de aterrizar emergentemente en el cuerpo cenagoso sin contar con los terraplenes que existían en el lugar y les impidió una verdadera hazaña aeronáutica de salvar vidas, pero lamentablemente, el plan heroico terminó en tragedia.
Infortunadamente, un terraplén impactado por el avión lo partió en dos, generándose uno de los hechos trágicos de mayor relevancia en Flamenco. Por muchos días esa población de pescadores y agricultores de arroz era la tendencia noticiosa en Colombia y parte del mundo. La tragedia escribió páginas para la historia.
Para la época era corresponsal en Cartagena y Bolívar del diario capitalino El Espectador, también, me desempeñaba como reportero televisivo del noticiero AMPM de orden nacional por el Canal A.
Esa noche 11 de enero de 1995 al llegar a casa mi compañera y madre de mis hijos mayores me servía la cena, mientras la televisión transmitía un partido de fútbol que ahora no preciso qué equipos protagonizaban el encuentro, de repente, la emisión en vivo fue interrumpida con un boletín extra de última hora del noticiero televisivo CM&, el corresponsal de Cartagena, Germán Danilo Hernández apareció en la pantalla: “Mucha atención, hace pocos minutos un avión procedente de Bogotá con destino Cartagena se accidentó en el corregimiento de Flamenco, jurisdicción del municipio de Marialabaja… Seguiremos ampliando este lamentable hecho en nuestra emisión principal de la nueve y treinta de la noche”. Informó el periodista.
Miré la cara de mi compañera y le dije, “esta noche no duermo aquí”. Cómo en efecto fue. A los pocos minutos salí de casa rumbo al lugar del siniestro. En el camino nos topamos con la ambulancia que transportaba a la niña sobreviviente, Erica Delgado, hoy debe ser una mujer de 39 años. El siniestro aéreo, el pasado 11 de enero cumplió 30 años.
El reportero gráfico que me acompañaba, Libardo Cano, alcanzó a tomar fotos del vehículo de emergencia que transportaba la niña sobreviviente a Cartagena, ese registro gráfico al final no sirvió de nada para las notas periodísticas que escribí del lamentable suceso. En otros relatos quedo comprometido contar más historias de esta tragedia, que quizás hoy tengan elementos narrativos más allá del registro de un hecho.
Llegamos al sitio hasta donde podían arribar automotores. Dos o tres kilómetros nos tocó caminarlo entre los terraplenes sobre la ciénaga de Flamenco. Gracias a la luz de bengala que helicópteros de la Armada habían lanzado en la zona para que los equipos de rescates y todas las personas que transitaban al lugar pudieran desplazarse seguros por el cuerpo de agua donde se había presentado el siniestro aéreo.
Al llegar al lugar preciso del accidente, había una zona acordonada que solo podían acceder el equipo de rescate y miembro de la fuerza pública, en otro punto estábamos los primeros periodistas que habíamos llegado y muchos curiosos nativos de Flamenco quienes nos advertían que estuviéramos pendiente de las serpientes, en el sitio se contaban a millares.
Sobre un terraplén se podía apreciar unas 15 víctimas ya embaladas en bolsas negras. Un poco más adelante se veían los restos del avión partido en dos partes, la delantera y la trasera con una distancia de 20 metros aproximadamente.
Los colegas, todos con nuestros equipos de fotógrafos, camarógrafos y auxiliares de sonidos para las cadenas de radio, estábamos reunidos en un punto donde compartíamos información y charlábamos, podían ser las tres de la madrugada, y sólo nos quedaba esperar el amanecer para ejercer con la luz del día nuestro trabajo informativo.
De repente el cansancio del día me atrapó y le perdí el miedo a las serpientes, por ello, coloqué mi moral de almohada y pude dormir una o dos horas, al despertar, ya se veía la aurora y pude observar una bolsa negra que estaba a mi derecha, me asusté, y luego volteé la cara a la izquierda y había otra bolsa negra con los restos mortales de víctimas del siniestro.
Al levantarme despavorido mis colegas y demás se rieron hasta no más. Esa vez, estuve en el inventario de muertos, con la diferencia que aún no me habían embalado.
Del pavor pasé a las risotadas que desde hacía mucho rato era el motivo humorístico de mis colegas, quienes tomaron fotos que nunca conocí, pues creo que jamás pensaron en revelarlas, para la época no existía la fotografía digital ni nada de estas redes sociales que todo lo ridiculizan viral y tendenciosamente. Claro con tremenda tragedia no hubo espacio para mamar gallo.
La cara de terror de Fernando…
Una tarde cualquiera en los bajos de la Plaza de la Aduana, conversaba con amigos y de pronto veo que Fernando viene a donde estoy con una cara de terror… Le suelto una sonrisa y le estiro la mano para saludarlo y él no se atreve a darme su mano, estaba pálido y le pregunté: “Qué tienes Fernando”. No podía hablar, por un momento pensé que iba a desmayar. Cuando se animó con palabras entre cortadas y me preguntó: ¿Tú eres Ramiro? Le respondí: “No. Ramiro murió hace casi un año”. Con asombro afirmó, “es que tu mamá me dijo que tú te habías muerto”. Le dije, “No. Quien murió fue Ramiro, yo soy Rodrigo.
Fernando trago saliva por unos 45 segundos sin decir nada y fue cuando me extendió la mano para saludarme. Poco a poco salió de su asombro y nos quedamos en una plácida conversación del muerto vivo que le salió en la Plaza de la Aduna a plena luz de tres de la tarde en medio de un calor insoportable que pudimos paliar con un par de raspados (bebida saborizada de hielo molido) y reímos hasta ver rodas lagrimas por nuestras mejillas…