𝐒𝐞 𝐭𝐫𝐚𝐭𝐚 𝐝𝐞 𝐮𝐧𝐚 𝐭𝐞𝐧𝐝𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚 𝐩𝐞𝐫𝐢𝐨𝐝𝐢́𝐬𝐭𝐢𝐜𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐲𝐚 𝐡𝐚 𝐡𝐞𝐜𝐡𝐨 𝐜𝐚𝐫𝐫𝐞𝐫𝐚 𝐞𝐧 𝐄𝐬𝐭𝐚𝐝𝐨𝐬 𝐔𝐧𝐢𝐝𝐨𝐬 𝐲 𝐞𝐧 𝐄𝐮𝐫𝐨𝐩𝐚. 𝐄𝐧 𝐥𝐨𝐬 𝐮́𝐥𝐭𝐢𝐦𝐨𝐬 𝐚𝐧̃𝐨𝐬 𝐬𝐞 𝐡𝐚 𝐯𝐞𝐧𝐢𝐝𝐨 𝐟𝐨𝐫𝐭𝐚𝐥𝐞𝐜𝐢𝐞𝐧𝐝𝐨 𝐞𝐧 𝐂𝐨𝐥𝐨𝐦𝐛𝐢𝐚. 𝐒𝐮 𝐨𝐛𝐣𝐞𝐭𝐢𝐯𝐨 𝐞𝐬 𝐜𝐮𝐞𝐬𝐭𝐢𝐨𝐧𝐚𝐫 𝐯𝐞𝐫𝐝𝐚𝐝𝐞𝐬 𝐨𝐟𝐢𝐜𝐢𝐚𝐥𝐞𝐬, 𝐝𝐞𝐬𝐦𝐨𝐧𝐭𝐚𝐫 𝐦𝐢𝐭𝐨𝐬 𝐲 𝐝𝐞𝐬𝐧𝐮𝐝𝐚𝐫 𝐡𝐞́𝐫𝐨𝐞𝐬.
Rubén Darío Álvarez Pacheco, muchachon@rinconguapo.com
El periodismo colombiano atraviesa una etapa singular: ha descubierto que volver sobre lo ya contado puede ser más revelador que perseguir la noticia del día. El revisionismo, que antes parecía un capricho de archivistas o un ejercicio marginal, se ha convertido en una práctica vital que refresca la manera en que entendemos el país.
Aunque sus raíces se remontan a los años del Nuevo Periodismo, el revisionismo contemporáneo nació con fuerza en Estados Unidos hacia finales de la década del 2000. La digitalización masiva de archivos, el acceso a documentos antes ocultos y la explosión de nuevos formatos narrativos crearon un terreno fértil para revisar la historia reciente con ojos nuevos.
En esa atmósfera surgieron piezas que desarmaban mitologías nacionales, reabrían casos judiciales y cuestionaban verdades aceptadas. Fue un movimiento que encontró su tono alrededor de 2015 con los podcasts de investigación, los especiales retrospectivos de grandes medios y el auge del periodismo de datos. De ahí se expandió a Europa y luego a América Latina.
¿Por qué surgió? En parte por la desconfianza hacia los relatos oficiales, en parte por el cansancio frente a narrativas maniqueas y en parte porque el acceso a la información dejó de depender del poder político o editorial. De pronto, la historia ya no era un monumento sino un archivo abierto.
En Colombia, ese impulso llegó en el momento justo. El país venía cargando décadas de relatos fosilizados: héroes sin grietas, villanos sin matices, próceres petrificados en bronce, víctimas reducidas a cifras y episodios convertidos en estampitas patrióticas. El revisionismo vino a resquebrajar esas certezas y a devolverles movimiento.

Los lectores jóvenes recibieron bien esta corriente, porque desconfían de la solemnidad. Para ellos, la historia no es un santuario sino un territorio donde caben la duda, la ironía, la ambigüedad y el conflicto de versiones. La sospecha dejó de ser una actitud cínica para convertirse en una herramienta intelectual.
La era digital también hizo su parte. Archivos abiertos, hemerotecas completas, bases de datos judiciales, bibliotecas comunitarias y colecciones familiares en redes sociales ampliaron la noción de qué es una fuente. La idea de una verdad única empezó a parecer insuficiente.
En ese contexto, Colombia ha encontrado en el revisionismo una herramienta para reexaminar sus grandes mitos. Ha comenzado a preguntarse, por ejemplo, ¿quién fue realmente Jorge Eliécer Gaitán? ¿Qué silencios rodean la figura de Escobar? ¿Cómo se construyó la leyenda de los mártires de Cartagena? o ¿Qué queda del fundador Pedro de Heredia cuando se mira sin la bruma mítica?
Revisar no significa desacralizar por deporte o meterse en modas negacionistas sin fundamento. Implica un gesto más interesante: recontextualizar. Es una forma de devolverles humanidad a personas que la historia convirtió en símbolos rígidos. Los héroes no pierden su aura, más bien ganan profundidad.
El revisionismo también ha tocado episodios decisivos del conflicto armado. No intenta escribir una nueva versión de la guerra sino entenderla mejor, alejarla de los discursos que durante décadas la narraron desde trincheras ideológicas y no desde la complejidad humana.
Otro efecto significativo es la descentralización del relato nacional. El centro (entiéndase Bogotá) dejó de ser el único productor de verdad histórica. Las regiones empezaron a contar su versión, no como apéndice sino como contrapunto. La historia del país dejó de ser una sola voz.
Esa pluralidad ha tenido un impacto político evidente. Cuando se revisan los mitos, también se examinan las estructuras que los sostuvieron. Aparecen preguntas molestosas sobre quién se benefició de cada relato y quién fue borrado para que el mito funcionara.
El revisionismo viene ampliando, además, el espectro de protagonistas. Ya no son sólo los presidentes, los intelectuales o los personajes célebres quienes determinan la relatoría del país. Las personas comunes entran ahora con testimonios y memorias que antes se consideraban irrelevantes.
Los nuevos formatos han fortalecido este movimiento. Podcasts, series documentales, newsletters, videos cortos y plataformas de memoria han permitido que el revisionismo sea accesible, dinámico y narrado con libertad creativa. La historia dejó de ser un género duro.
En Colombia, esta práctica ha demostrado que es posible cuestionar sin destruir, revisar sin abolir, mirar el pasado sin convertirlo en un tribunal moral. La cultura de la pregunta está reemplazando, lentamente, la cultura de la sentencia.

Ese gesto es valioso en un país acostumbrado a repetir discursos heredados. El revisionismo no busca rehacer la historia a punta de caprichos sino comprenderla desde un ángulo más amplio; y en ese proceso obliga a desconfiar de los clichés patrióticos que tantas veces se aceptaron por aburrimiento más que por convicción.
Lo más estimulante del fenómeno es que no proviene de una élite académica cerrada. Nace de periodistas jóvenes, investigadores independientes, colectivos ciudadanos, medios alternativos y realizadores que trabajan desde los márgenes. La diversidad garantiza que la tendencia no termine en moda.
El revisionismo también actúa como defensa contra la amnesia. En un país que olvida rápido, revisar versiones es una forma de proteger la memoria. Las tragedias, al ser examinadas con más rigor, dejan menos espacio para repetirse bajo disfraces nuevos.
Otro resultado es la democratización del relato histórico. Si cualquier ciudadano puede revisar un archivo, cotejar fuentes y producir una lectura alternativa, la historia deja de ser propiedad de pocos. Se vuelve un campo en disputa y, por eso mismo, más vivo. Claro está, no puede negarse que el fácil acceso a la tecnología también ha provocado que se inventen historias y se descubran “verdades” sin ningún fundamento, por lo cual el ciudadano de a pie debe estar atento a revisar con lupa lo que le ofrecen los medios.
El revisionismo desacomoda, pero de esa incomodidad surge un país más inteligible. Cada mito desmontado muestra la estructura que lo sostenía. Cada versión corregida amplía el mapa. Cada silencio iluminado abre una conversación que antes no era posible.

Colombia apenas está empezando a recorrer este camino, pero el impulso ya se siente. Revisar, preguntar, comparar y escribir otra vez se ha vuelto una forma de respirar mejor el pasado. En ese ejercicio, el país descubre que ninguna historia está cerrada.