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Colombia no habla con una sola voz

𝐄𝐧 𝐥𝐚𝐬 𝐫𝐞𝐝𝐞𝐬 𝐬𝐨𝐜𝐢𝐚𝐥𝐞𝐬 𝐬𝐞 𝐞𝐬𝐭𝐚́𝐧 𝐯𝐢𝐫𝐚𝐥𝐢𝐳𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐝𝐨𝐬 𝐜𝐨𝐬𝐚𝐬: 𝐯𝐢𝐝𝐞𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐜𝐚𝐜𝐡𝐚𝐜𝐨𝐬 𝐩𝐫𝐨𝐦𝐨𝐜𝐢𝐨𝐧𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐮𝐧 𝐬𝐮𝐩𝐮𝐞𝐬𝐭𝐨 𝐡𝐚𝐛𝐥𝐚𝐝𝐨 𝐜𝐨𝐥𝐨𝐦𝐛𝐢𝐚𝐧𝐨. 𝐘 𝐯𝐢𝐝𝐞𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐛𝐚𝐫𝐫𝐚𝐧𝐪𝐮𝐢𝐥𝐥𝐞𝐫𝐨𝐬 𝐩𝐫𝐨𝐦𝐨𝐜𝐢𝐨𝐧𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐮𝐧 𝐬𝐮𝐩𝐮𝐞𝐬𝐭𝐨 𝐡𝐚𝐛𝐥𝐚𝐝𝐨 𝐜𝐨𝐬𝐭𝐞𝐧̃𝐨.

Rubén Darío Álvarez Pacheco, muchachon@rinconguapo.com

En Colombia no todos hablamos igual. Sin embargo, se repite con frecuencia la idea de que sí, que hay una forma “colombiana” de hablar, que todos usamos las mismas expresiones.

Según ese paradigma falaz, todos decimos “gonorrea”, “el tema de…”, “parce”, “venga y…”, “toca es…”, “guiso”, “iguaso”, “regáleme”, “pailas”, “resiliencia”, “que tusa”, “tóxico”, “literal”, “vean a este”, “y eso como para qué o qué”, “suerte es que le digo”, “marica”, “mariquis”, “y…nada”, “visajoso”, “home”, “huevón”, “una chimba”, “tierrita”, “parchar” o “lo pasamos bueno”.

Esa creencia es una ilusión cómoda, pero profundamente equivocada. Todos los colombianos no hablamos como en el interior del país. Aún así, eso es lo que reflejan los medios, las redes, las narcoseries y hasta los libros de texto. Bogotá (y en menor medida Medellín) ha terminado por imponer su manera de hablar como si fuera la norma nacional. Desde allí se exportan los acentos, se definen los modismos y se crean las reglas no escritas de lo que suena “correcto” o “moderno”.

Pero ni Bogotá ni la región antioqueña son sinónimos de Colombia. No lo son cultural ni lingüísticamente. Son regiones importantes, sí; pero su influencia desproporcionada ha hecho que se borren otras voces, que se silencien otras formas de hablar. Cuando alguien en las redes sociales dice: “así hablamos los colombianos”, casi siempre está hablando desde Bogotá o Antioquia, sin aclararlo.

Esto también se refleja dentro de las regiones. Por ejemplo, muchos creen que Barranquilla representa a toda la Región Caribe, que el acento de un barranquillero es “el acento costeño”. Pero eso es falso. En el Caribe hay una variedad lingüística inmensa: cartageneros, guajiros, cordobeses, bolivarenses, sucreños, atlanticenses, cesarenses, magdalenenses, todos con maneras propias de hablar, con vocabularios, ritmos y tonos distintos. Incluso, dentro de los mismos departamentos hay subregiones donde las costumbres y las expresiones verbales cambian ostensiblemente: un bolivarense del norte, por ejemplo, es muy distinto a uno del centro o del sur.

La centralidad de Barranquilla en los medios ha contribuido a esta confusión. Muchos barranquilleros refuerzan esa visión al hablar en nombre del Caribe entero, como si sus formas de expresarse fueran las únicas válidas. Pero no lo son. Barranquilla no es la Región Caribe. Es apenas una parte de ella. Pero los bogotanos, especialmente los productores de televisión, quieren creer que el modelo preciso para representar a un caribe es hablar y actuar como barranquillero. Es eso lo que hacen los actores cachacos cuando intentan imitarnos.

Además, es fundamental recordar que los costeños no se limitan únicamente a la zona Caribe. Colombia también tiene una costa Pacífica que suele ser olvidada. Chocó, Cauca y Nariño no sólo tienen litoral, sino también una riqueza cultural tan o más robusta que la del Caribe. La idea de que la “costa” es sólo el norte del país es otro error que se arrastra por la falta de visibilidad.

De hecho, si fuéramos estrictos, los chocoanos son más costeños que nosotros los caribes, porque el Chocó tiene salida a los dos mares, una realidad geográfica que no sólo es única en el país sino también en el continente. Pese a eso, ¿cuántas veces escuchamos hablar del acento chocoano en los medios nacionales? ¿Cuántas veces se representa su forma de hablar sin burla ni exotismo? Por ello, cuando algún amigo de los que viven en Bogotá me dice: “la otra semana voy para la Costa”, yo le pregunto: “¿vas para Quibdó o para Condoto?”

La invisibilización del Pacífico no es casual. Es el resultado de siglos de centralismo, de racismo estructural, de discursos que se construyen desde el poder y para el poder. La costa Pacífica es afro, indígena y campesina. Es rica en oralidad, en musicalidad y en historia, pero sigue sin ser vista como parte del relato nacional dominante.

Mientras tanto, lo que sí vemos es una imitación creciente de las formas de hablar del centro y de Antioquia. Lamento profundamente que muchos jóvenes de la Región Caribe estén adoptando, sin cuestionarlo, el lenguaje bogotano o paisa. No porque esas formas sean malas, sino porque el precio de esa adopción es, muchas veces, el abandono de lo propio.

Expresiones como “ajá”, “qué vaina”, “tata quieto”, “tú sabes” o “del carajo” se van perdiendo entre los “y… no”, “y…sí”, “literal”, “y…nada”, o “vean a este”, importados desde redes sociales y centros urbanos. Lo mismo pasa con los acentos: muchos jóvenes los neutralizan para encajar, para “sonar bien”, para no ser vistos como “brutos”, “ordinarios”, “corronchos” o “folclóricos”.

Esa renuncia no es trivial. Es una pérdida cultural. Porque el idioma no es sólo una herramienta para hablar; es también una forma de habitar el mundo, de transmitir memorias, de expresar emociones y de conectar con los otros. Cada acento colombiano cuenta una historia distinta, y no hay ninguna razón para que uno deba imponerse sobre los demás.

¿Quién decidió que hablar como en Bogotá es hablar “bien”? ¿Quién decretó que el español paisa es (al decir de los jóvenes) el más “cool”? ¿Por qué lo costeño tiene que ser cómico para ser aceptado? ¿Por qué lo llanero es caricaturizado como ingenuo, lo pastuso como tonto, lo chocoano como exótico?

Detrás de estas preguntas hay una verdad que a veces no gusta: en Colombia se ha jerarquizado el lenguaje. Se les ha dado prestigio a unos acentos y se ha desvalorizado a otros. Se ha exaltado lo bogotano como “neutro” y “culto”; lo paisa como “vibrante”; y se ha relegado lo demás al terreno de lo anecdótico o lo pintoresco.

Esa jerarquización no sólo está en los medios. Está en la escuela, donde se corrige al niño caribe por decir “coge pa’ allá”. Está en las entrevistas de trabajo donde se espera “hablar neutro”. Está en los aeropuertos, donde el acento capitalino da autoridad y el costeño genera sospecha. Está en las redes, donde los videos virales refuerzan los mismos clichés una y otra vez.

Pero Colombia no habla con una sola voz ni necesita hacerlo. Necesita, más bien, aprender a escucharse en su pluralidad. Entender que cada región, cada pueblo, cada grupo étnico tiene derecho a su idioma propio, a su entonación y a sus modismos; y que esa diferencia no es un defecto sino una riqueza. Celebrar la diversidad lingüística del país no es sólo un acto de justicia cultural; es también un acto de soberanía, porque quien domina el idioma, domina el discurso. Pero si seguimos dejando que el centro hable por todos, seguiremos siendo un país donde muchos colombianos no se reconocen en lo que se dice en su nombre.

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