Subscríbete a nuestro canal de Whatsapp

Cuando el color eclipsa el mérito

𝐂𝐨𝐧 𝐥𝐚 𝐝𝐞𝐬𝐢𝐠𝐧𝐚𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐩𝐨𝐞𝐭𝐚 𝐌𝐚𝐫𝐲 𝐆𝐫𝐮𝐞𝐬𝐨 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐀𝐜𝐚𝐝𝐞𝐦𝐢𝐚 𝐂𝐨𝐥𝐨𝐦𝐛𝐢𝐚𝐧𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐋𝐞𝐧𝐠𝐮𝐚, 𝐥𝐨𝐬 𝐦𝐞𝐝𝐢𝐨𝐬 𝐢𝐧𝐬𝐢𝐬𝐭𝐞𝐧 𝐞𝐧 𝐭𝐢𝐭𝐮𝐥𝐚𝐫 𝐪𝐮𝐞 𝐞𝐬 “𝐥𝐚 𝐩𝐫𝐢𝐦𝐞𝐫𝐚 𝐦𝐮𝐣𝐞𝐫 𝐧𝐞𝐠𝐫𝐚 𝐞𝐧 𝐨𝐜𝐮𝐩𝐚𝐫 𝐞𝐬𝐞 𝐜𝐚𝐫𝐠𝐨”. 𝐃𝐮𝐝𝐨𝐬𝐨 𝐞𝐥𝐨𝐠𝐢𝐨. ¿𝐍𝐨 𝐛𝐚𝐬𝐭𝐚 𝐜𝐨𝐧 𝐝𝐞𝐜𝐢𝐫 𝐪𝐮𝐞 𝐞𝐬 𝐮𝐧𝐚 𝐠𝐫𝐚𝐧 𝐩𝐨𝐞𝐭𝐚 𝐲 𝐜𝐨𝐧𝐨𝐜𝐞𝐝𝐨𝐫𝐚 𝐝𝐞𝐥 𝐢𝐝𝐢𝐨𝐦𝐚?

Rubén Darío Álvarez Pacheco, muchachon@rinconguapo.com

Por estos días, los medios de comunicación han celebrado el ingreso de la poeta Mary Grueso Romero a la Academia Colombiana de la Lengua. El nombramiento es histórico, sin duda. Pero más allá del júbilo, llama la atención el subtítulo repetido hasta el cansancio: “Es la primera mujer afro en llegar a la Academia”. El énfasis no está en su obra ni en su prestigio como autora nacional sino en su condición étnica. Como si lo primero que debiera destacarse no fuera su escritura, sino el hecho de que es negra.

No es la primera vez que ocurre algo así. Cuando el general Luis Alberto Moore Perea ascendió al máximo rango dentro de la Policía Nacional, también los titulares lo anunciaron con sorpresa racializada: “Primer general afro de la historia de Colombia”. Y aunque la frase parece un reconocimiento, lleva consigo un peso ambivalente. No sólo enuncia un logro, también sugiere que se trata de algo inusual, casi milagroso. Como si dijeran: “¡Ah, vaina, mira hasta dónde llegó el negro ese!”.

Este tipo de enunciados, lejos de ser inocentes, revelan un racismo estructural que opera bajo formas sutiles. Es lo que algunos autores llaman el “elogio envenenado”: se aplaude el ascenso, pero se señala la raza como si fuera un dato exótico. En vez de decir simplemente “una gran poeta ha sido elegida académica”, el sistema insiste en recalcar que es negra, como si eso no pudiera ir de la mano con la erudición o la autoridad intelectual.

El fenómeno se agrava cuando se compara el trato con figuras blancas o mestizas. Nadie titula “la escritora blanca Isabel Allende” ni “el director blanco del Banco de la República”. En cambio, sí se subraya “el alcalde afro”, “la ministra negra”, “la lideresa raizal”. La blancura es lo normal, lo neutro y lo esperable. La negrura es la excepción que debe ser nombrada, marcada y enmarcada.

Ese tipo de racismo no es el del insulto abierto ni el desprecio vulgar. Es más bien el de los roles permitidos. Al negro se le acepta como boxeador, bailarín, músico u obrero. Incluso, se le aplaude si no intenta salirse de ese molde. Pero cuando un negro aspira a dirigir un gremio económico, una universidad o una entidad cultural de alto nivel, comienzan los murmullos y la suspicacia: “¿Quién lo puso ahí?”, “¿Tendrá con qué responder?”, “¿Será una cuota politiquera?”

Recuerdo lo que me contó hace años un colega cartagenero, quien asistió a un foro donde un joven negro hizo una intervención brillante, llena de referencias, conceptos y argumentos sólidos. Cuando terminó, una autoridad académica dijo en voz alta y con tono sorprendido: “¿Cómo pudo ese muchacho tener tal bagaje?” Nadie lo dijo, pero todos entendieron lo que insinuaba: que la elocuencia no cuadraba con el color de piel del estudiante.

Ese comentario, disfrazado de elogio, era en el fondo una expresión de prejuicio. No se maravilló por la calidad de la ponencia, sino porque esas ideas provinieran de un negro. El racismo más insidioso no es el que grita, sino el que se asombra por lo que debería ser normal.

Lo que más duele de estos episodios no es la falta de reconocimiento sino la forma como se empaña ese mismo reconocimiento con una capa de condescendencia. Como si el mérito fuera doble: por haber hecho algo importante y por haberlo hecho siendo negro. Es un racismo que aplaude, pero aplaude con cara de extrañeza.

Muchos medios siguen sin darse cuenta de esto. O, peor aún: lo saben, pero no les molesta. En su lógica editorial, lo afro vende si es anecdótico, pintoresco o marginal. Pero cuando se trata de poder, conocimiento o decisión, lo afro se vuelve sospechoso; o, como mínimo, digno de paréntesis.

Y no es que no debamos celebrar las primeras veces. ¡Claro que hay que visibilizar los hitos! Pero una cosa es resaltar el momento histórico y otra muy distinta es reducir la identidad del personaje a su color de piel, como si eso fuera su mayor atributo.

Mary Grueso no llegó a la Academia por un favor. Llegó por años de trabajo serio, por una obra coherente y por una voz poética inconfundible; y si, además, representa a las mujeres afrocolombianas en ese espacio, qué bien. Pero no es sólo una afro en la Academia. Es una poeta, una académica y una referente.

Igual pasó con Moore Perea. Su carrera no fue un accidente ni una concesión. Fue el resultado de méritos acumulados en una institución que históricamente les cerró las puertas a los suyos. Su logro no debe explicarse por su color sino a pesar del color, en una estructura que aún le cuesta admitir negros en los mandos altos.

Nos urge cambiar la forma en que hablamos de la negritud en Colombia. No desde el folclor o desde el asombro sino desde la legitimidad y la igualdad. Hay que desmontar esa mirada que marca lo afro como un dato extraordinario y dejar que el mérito hable por sí solo.

Porque lo que está en juego no es sólo el lenguaje de los medios. Es la forma en que la sociedad entiende el poder, la autoridad y la cultura. Y si seguimos viendo lo afro como lo exótico, seguiremos negándole su derecho pleno a ocupar cualquier lugar.

Los aplausos vacíos no bastan. Es hora de transformar los titulares y las mentalidades. Dejar de insinuar, “para ser negro, lo hizo bien”; y empezar a decir simplemente “lo hizo bien”.

Porque la verdadera inclusión no se da cuando entra el primero, sino cuando deja de ser noticia.

Subscríbete a nuestro canal de Telegram

Deja un comentario

Aquí resolvemos sus inquietudes
Scroll to Top

Iniciar sesión