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El Barato

Rubén Darío Álvarez Pacheco, muchachon@rinconguapo.com

Como tengo muchos años que no asisto a fiestas, no sé si todavía en los bailes de nuestra Región Caribe se sigue practicando la costumbre celebratoria de “el barato”, “dar el barato”.

Por si de pronto las nuevas generaciones no comprenden de qué estoy hablando, el barato era un hábito que se manifestaba en los bailes; y consistía en un trato entre hombres que querían bailar con la misma mujer.

Es decir, dos hombres o más estaban pendientes de invitar a una dama a bailar (casi siempre la más agraciada), pero sólo uno tenía la fortuna de ser aceptado como parejo. A los demás, sólo les quedaba decirle al premiado: “compa, ahora que termine me da el barato”.

Si los tratantes eran muy cercanos, se cumplía el trato, que pocas veces (por no decir ninguna) era consultado con la muchacha. Pero si, por lo contrario, el afortunado era un mala gente, optaba por dos cosas: pasaba toda noche bailando con la dama; o la soltaba, no sin antes recomendarle que no bailara con alguno de los pretendientes, quien con seguridad no era de su agrado.

Lo que siempre me he preguntado es por qué se escogió precisamente la palabra “barato”, para nombrar ese tipo de componendas fiesteras.

Les pregunté a varios amigos fanáticos, como yo, de la etimología, y entre todos aventuraron varias hipótesis que, fusionándolas, llevan a la siguiente conclusión:

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La expresión “barato”, para referirse al hecho de ceder una pareja de baile en una fiesta, es un colombianismo popular, especialmente presente en la Región Caribe y en algunas otras zonas del país.

Cuando alguien dice, “te hice el barato”, “dame el barato” o “hazme el barato”, lo que está expresando es: “cede a tu pareja (de baile) para que yo baile con ella”; o “permíteme bailar con ella un ratico”.

¿Por qué se llama así?

La palabra “barato” en este contexto no tiene que ver directamente con el precio, sino con la idea de una transacción informal, rápida y sin complicaciones. Se asocia a algo que se da fácil, sin ponerle peros, como quien hace un favor.

Es una forma popular y algo pícara de decir que se está prestando algo por un momentico, sin conflicto.

Además, el término lleva implícita cierta carga humorística o coloquial, propia del habla festiva y relajada de los bailes sociales.

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En lo que a mí respecta, la costumbre del barato la vi, con mayor presencia, en los bailes de las zonas rurales de Bolívar, donde, incluso, supe que hasta se presentaron trifulcas cuando algún tratante quería pasarse de listo para no cumplir con lo acordado.

Personalmente, tengo la siguiente anécdota, bastante desafortunada, por cierto:

El caso ocurrió en el corregimiento de Retiro Nuevo, jurisdicción del municipio de María La Baja, norte de Bolívar. Era sábado de gloria. En la caseta estaba sonando un picó que se apoyaba con una planta a gasolina, porque el pueblo carecía de energía eléctrica. Sin embargo, y como no había más opciones, la gente bailaba con el sonido de la planta y con la música que a duras penas emitía el picó.

Yo tendría algunos 15 años, cuando aproveché esa semana santa para hospedarme en la finca platanera de un compadre de mi papá. El pariente putativo tenía una hijastra oriunda de La Guajira, cuyas bellas facciones indígenas la diferenciaban a leguas de la mayoría afrodescendiente que pululaba en el corregimiento.

Así que no creo que sea tan difícil imaginarse que, cuando llegamos a la caseta, la mayoría de los adolescentes que allí aguardaban arribaron pendientes de bailar con ella. Pero la india no se desprendía de mí. Todas las canciones quería bailarlas conmigo, cosa que me empezó a parecer extraña, pero más adelante comprendí el sentido de tal actitud.

En un par de segundos me di cuenta de que, antes de que decidiera bailar conmigo, a la india le habían solicitado alguna pieza, pero se había negado a rajatabla. Fue por eso que de pronto nos vimos asediados por un muchacho de mi edad, quien venía acompañado de uno más grande.

—¿Tú no dizque no tenías ganas de bailar?—preguntó el mayor, a lo que la india respondió señalándome:

—Es que él es primo mío. Además, tu hermano baila muy maluco.

—¡Que primo ni que mierda! —gritó el grande—. Ahora que se acabe del disco, tienes que bailar con el pelao.

Sobra decir que se me subieron las tripas a la cabeza, pensando en que tal vez podría ganarme una puñera o quién sabe qué otro tipo de agresión, si me atrevía a interferir en la disputa. Y hasta creo que la india notó mi nerviosismo, porque me indicó que me sentara mientras bailaba con el quinceañero. Desde lejos los vi que bailaron una sola pieza, porque la muchacha, unos segundos antes de concluir el surco, se separó bruscamente del parejo.

Allá en el municipio de Mahates, también perteneciente al norte de Bolívar, el primo Donalisio Pacheco Salas también me contó una anécdota relacionada con el susodicho barato. Pero el episodio no ocurrió en ese pueblo sino en un corregimiento de la misma zona llamado San Joaquín.

Donalisio, procedente de Mahates, llegó al baile montado en un caballo de buena alzada, el cual dejó amarrado en el patio de la casa, pero sin desmontarle la silla. Se internó entre la muchedumbre y comenzó a bailar con cuanta hembra iba apareciendo en la sala, pues, al parecer, el único distinto entre tanta gente rubia de ojos azules o verdes era él: un negro petulante, enamorador, gracioso y bailador como ninguno. Así que las damiselas parecían no quererse perder una ocasión que tal vez no se repetiría en los días venideros.

Todo iba bien hasta que, mientras Donalicio bailaba un paseo vallenato romántico, se le acercó un tipo por la espalda y le dijo: “compa, ahora me da el barato. Los demás también tenemos derecho a bailar”. Pero el bailador mahatense, al parecer, no entendió la señal y siguió danzando con cuanta hembra le daba chance, hasta que notó que en las afueras de la vivienda se formó un alboroto. Como todos los asistentes, él también se acercó para ver qué pasaba: un tumulto de hombres rugiendo y señalándolo, “porque le pedimos el barato y se hizo el marica. Ahora lo vamos a joder”.

Cuando Donalicio escuchó esa última frase (“¡lo vamos a joder!”), inmediatamente se acordó de la voz que le había hablado al oído. Ni corto ni perezoso se aceleró hacia lo último del patio, montó su caballo y desapareció entre la espesura del monte y la negrura de la noche.

La otra faceta del barato tenía que ver con que era  la única oportunidad que tenían los bailadores malucos o mal vestidos, quienes, lógicamente, no lograban llamar la atención de las muchachas bonitas que se hallaban aguardando a que los más apuestos las invitaran a bailar.

De manera que el bailador rechazado se valía de la generosidad de algún amigo afortunado, para pedirle que le diera un barato. El compañero caritativo, después de haber bailado tres o cuatro piezas, le decía a la muchacha: “mami, baila con Fulanito, mientras yo voy a comprar unos cigarrillos”.

La muchacha, para no parecer grosera ni despreciativa, accedía a bailar con el poco agraciado, pero ese obsequio dancístico a duras penas llegaba a dos piezas. Y todavía peor: era posible que la muchacha optara por bailar parcial o totalmente separada. El cuerpo a cuerpo estaba reservado sólo para las figuras rutilantes de la noche.

Pero no todo era infortunio. A veces se presentaba la situación de que un baratero resultaba mejor bailador y hasta de mejor presencia que el compañero generoso que consiguió el barato. Y la dama se quedaba bailando con él toda la noche. Y hasta era posible que de ahí surgiera algo más que una amistad.

Incluso, era probable que un bailador no muy favorecido por los dioses de la estética física se ganara la atención de las damas con su gracia, su conversación y sus habilidades para el baile, lo que implicaba que no necesitaría pedirle baratos a nadie.

Si en este nuevo siglo ya no se practica el barato, de verdad que no me extrañaría, puesto que las mujeres de ahora ya no son las damas silenciosas de antaño que aceptaban una transacción de esas sin chistar ni media palabra, tomando en cuenta que el que cedía el barato ni siquiera les preguntaba si deseaban bailar con el baratero. Ahora las cosas son a otro precio.

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