Rubén Darío Álvarez Pacheco, muchachon@rinconguapo.com
Barrio Bomba, la novela del escritor sucreño John Jairo Junieles Acosta, me hizo recordar esos barrios de lo extramuros de Cartagena, que nacen y crecen rabiosamente entre los pantanos y la manigua que termina arrasada a machetazos, a candela viva y sin la orientación de los que mal gobiernan la ciudad.
Esta, la tercera novela de Junieles, no es —al menos, para mí— sólo una ficción con personajes pintorescos y situaciones insólitas; es, ante todo, un espejo vibrante de cómo nacen, se expanden y se hacen legendarios las barriadas populares del Caribe colombiano.
Como ocurre en muchas ciudades de la Región Caribe, estos asentamientos no nacen de la planificación urbana sino de la urgencia vital. Brotan de la necesidad de techo, del desplazamiento, de la migración, del rebusque. Y en Barrio Bomba esa verdad se impone desde las primeras páginas, sin ornamentos, sin disfraces.
El lector no encuentra aquí la postal pintoresca que ciertos escritores han ofrecido del Caribe. Junieles nos lleva por un relato donde las casas son de madera y cinc al principio; y donde el pavimento, cuando llega, lo hace como una promesa tardía del Estado.
Estas doscientas páginas cuentan la historia de la familia Bonanza, en especial de Adán Bonanza, el primer niño que nació en ese territorio bautizado con un nombre que parece broma: Barrio Bomba. Desde ese nacimiento, la historia crece como el mismo barrio, a golpes de resistencia y fiesta, de tragedia y burla, de mamadera de gallo.
Lo que más sorprende de Barrio Bomba es cómo Junieles evita el recurso fácil del realismo mágico. A pesar de que los personajes y las situaciones podrían prestarse para ello, el autor se mantiene fiel a una narrativa urbana hecha de ladrillos, transporte público informal, meriendas baratas y refranes callejeros.
El libro no necesita fantasmas para estremecer, ni milagros para deslumbrar. Lo que tiene es humanidad cruda y viva, contada con una prosa que salta de la tragedia al humor en un mismo párrafo, como la vida misma en los márgenes de la ciudad.
En cada capítulo se percibe cómo se va levantando una comunidad sobre terrenos hostiles: invasiones, lomas áridas y zonas sin servicios básicos. Y cómo, poco a poco, esas comunidades transforman la precariedad en pertenencia; la calle sin nombre, en identidad colectiva.
Junieles retrata ese proceso sin romanticismos, pero con un cariño profundo. Se nota que ha vivido, oído y caminado esos barrios. Sabe cómo suenan, cómo huelen, qué cosas los hacen reír y qué penas se guardan bajo las bromas.
El narrador —y con él el lector— se pasea por los callejones, se mete en las casas, se sienta en las esquinas a escuchar a los personajes. Y en ese paseo vamos conociendo tipos entrañables: el taxista filósofo, la beata con pasado turbulento, el joven que canta vallenatos como si rezara.
Todos tienen algo que decir; incluso, los que no hablan. Porque en Barrio Bomba hasta los apodos cuentan historias: nadie se llama por su nombre completo, todos cargan un alias que encierra un suceso, una burla o una herida.
La novela está atravesada por una manera de contar que no imita el tono garciamarquiano ni busca parecerse al “macondismo” que tantos han intentado copiar. Junieles escribe desde otro lugar: desde la esquina del barrio, no desde la hamaca del abuelo.
La oralidad está muy presente, pero no como adorno folclórico. Es un recurso vital, parte del ritmo narrativo, una forma de pensar y de sobrevivir. Los personajes no sólo hablan, se contestan con picardía, con jocosidad, con esa agudeza verbal tan propia de los caribes.
Es una novela que no huye del conflicto. Hay violencia, hay pobreza, hay abandono institucional. Pero todo esto aparece no como denuncia panfletaria, sino como parte del contexto inevitable que los habitantes del barrio deben aprender a sortear.
Las fiestas, los entierros, los partidos de fútbol, los amores imposibles y las tragedias repentinas construyen el tejido emocional del barrio. Y en cada episodio se refuerza la idea de que la vida en los márgenes también es rica, compleja, digna de ser contada con arte.
John Junieles logra en Barrio Bomba una proeza: darles voz a quienes rara vez tienen micrófono. Pero no como víctimas, ni como héroes, sino como personas reales, llenas de contradicciones, de sueños, de rabias y de ternura.
El libro también funciona como una crónica velada del Caribe reciente. Se cuelan allí las políticas fracasadas, los cambios en la música popular, las oleadas migratorias, las creencias espirituales. Todo se filtra, porque todo forma parte del paisaje social que Junieles retrata.
En lugar de idealizar el pasado o lamentar el presente, Barrio Bomba celebra la vida tal como es en esos territorios: ruda, impredecible, pero también plena de sentido y afectos.
Leer esta novela es asomarse a una memoria colectiva que no está escrita en libros de historia, pero que vive en la piel de millones de colombianos que han levantado sus casas con sus propias manos, entre el barro, el calor y la esperanza.
Junieles, con su estilo apretado y rítmico, nos regala un libro que no se parece a otros. Su prosa no se alarga ni se recrea en la metáfora; va directo, como el grito del vendedor ambulante, como la carcajada en medio del duelo.
Barrio Bomba es, sin duda, una novela imprescindible para entender cómo se fragua lo popular en el Caribe, cómo se construye una cultura desde abajo y cómo la literatura puede, sin adornos ni clichés, dar cuenta de esa epopeya cotidiana. En una frase: sé que les va a gustar.