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El jazz es la voz de Manuel

𝐄𝐥 𝐩𝐞𝐫𝐢𝐨𝐝𝐢𝐬𝐭𝐚 𝐌𝐚𝐧𝐮𝐞𝐥 𝐋𝐨𝐳𝐚𝐧𝐨 𝐏𝐢𝐧𝐞𝐝𝐚 𝐥𝐥𝐞𝐯𝐚 𝐦𝐚́𝐬 𝐝𝐞 𝐝𝐢𝐞𝐳 𝐚𝐧̃𝐨𝐬 𝐭𝐫𝐚𝐛𝐚𝐣𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐩𝐨𝐫 𝐚𝐛𝐫𝐢𝐫𝐥𝐞 𝐮𝐧 𝐞𝐬𝐩𝐚𝐜𝐢𝐨 𝐚𝐥 𝐣𝐚𝐳𝐳 𝐝𝐞𝐧𝐭𝐫𝐨 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐠𝐮𝐬𝐭𝐨𝐬 𝐦𝐮𝐬𝐢𝐜𝐚𝐥𝐞𝐬 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐜𝐚𝐫𝐭𝐚𝐠𝐞𝐧𝐞𝐫𝐨𝐬. 𝐋𝐚 𝐥𝐮𝐜𝐡𝐚 𝐧𝐨 𝐡𝐚 𝐬𝐢𝐝𝐨 𝐟𝐚́𝐜𝐢𝐥, 𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐬𝐢́ 𝐠𝐫𝐚𝐭𝐢𝐟𝐢𝐜𝐚𝐧𝐭𝐞, 𝐩𝐨𝐫𝐪𝐮𝐞 𝐲𝐚 𝐬𝐞 𝐞𝐬𝐭𝐚́ 𝐜𝐫𝐞𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐮𝐧 𝐩𝐮́𝐛𝐥𝐢𝐜𝐨 𝐪𝐮𝐞, 𝐚𝐮𝐧𝐪𝐮𝐞 𝐩𝐞𝐪𝐮𝐞𝐧̃𝐨, 𝐞𝐬𝐩𝐞𝐫𝐚 𝐞𝐬𝐭𝐚 𝐜𝐢𝐭𝐚 𝐜𝐨𝐧 𝐞𝐥 ❞𝐅𝐞𝐬𝐭𝐢𝐯𝐚𝐥 𝐕𝐨𝐜𝐞𝐬 𝐝𝐞𝐥 𝐉𝐚𝐳𝐳 𝐲 𝐝𝐞𝐥 𝐂𝐚𝐫𝐢𝐛𝐞❞

Rubén Darío Álvarez Pacheco, muchachon@rinconguapo.com

Hablar de Manuel Lozano Pineda es hablar de un soñador testarudo, de esos que no entienden razones cuando la pasión les marca el rumbo. Cartagena, ciudad acostumbrada a la champeta, la música de acordeón, la salsa y el reguetón, no parecía terreno fértil para un amante del jazz. Pero Manuel, con la complicidad poética de Gustavo Tatis Guerra, se atrevió a ponerle notas de saxo a la brisa de la noche, allá a comienzos de los años noventa, cuando organizar un festival de jazz en esta ciudad era un acto poco menos que demencial.

El primer intento se llamó “Festival del Jazz bajo la Luna”, un nombre que desde ya anunciaba poesía y lucha encarnizada. No había entonces ni la más mínima idea de que años después surgiría el Barranquijazz; y mucho menos existía en la mente de los cartageneros la noción de un festival de jazz como parte de su identidad cultural. Era una apuesta a ciegas, pero con el corazón bien abierto.

Recuerdo que, ya casi egresando de la facultad de periodismo, haciendo mis pasantías en Caracol Radio, me enteré de aquella osadía. La emisora quedaba en la calle de La Cruz, del barrio San Diego, donde el director de noticias era Rafael Puello Montero. Una mañana, escuché a Rafa contar, entre risas y resignaciones, cómo la directora de la Oficina de Turismo de Cartagena, con gesto de desconcierto, le había preguntado: “¿Y eso de jazz, esa qué vaina es?”. Esa anécdota, pintoresca pero dolorosa, resumía el nivel de desconocimiento y desinterés institucional hacia las músicas “raras”. ¿Precisamente una directora de turismo ignoraba lo que era el jazz? Está bien que lo ignore el carretillero de la esquina, pero ¿una alta funcionaria del turismo? ¡Ándate pa’l carajo!

A pesar de las dificultades, el “Festival del Jazz bajo la Luna” alcanzó a tener dos ediciones. Pero la falta de apoyo económico lo obligó a una pausa larga y silenciosa. Parecía que el sueño había muerto, pero quienes conocemos a Manuel sabemos que su relación con el jazz es como la de un amante que, aunque lo rechacen, siempre vuelve a tocar la puerta.

Fue así como, unos meses después, encontró en la radio un refugio para mantener viva la llama. Primero fue la emisora de la Policía Nacional, donde adquirió un espacio para crear su programa “Voces del Jazz”. Luego, con visión de largo aliento, lo trasladó a UDC Radio, de la Universidad de Cartagena. A través de las ondas hertzianas empezó a educar oídos y a sembrar semillas de jazz en una ciudad que apenas sabía de parrandas con picós.

El programa creció y, con él, la necesidad de volver al escenario. Manuel revivió el festival, ahora con el nombre de “Festival Voces del Jazz y del Caribe”. Ya no era sólo un evento. Era la extensión natural de un programa que venía formando audiencias silenciosamente. Este renacimiento se dio hace doce años, y desde entonces no ha parado.

El festival ha encontrado escenarios aliados: el Centro de Convenciones Cartagena de Indias, el Centro Comercial Caribe Plaza y el histórico Teatro Adolfo Mejía han acogido sus notas. Sin embargo, Manuel sigue lamentando —y con razón— que aún no sea posible soñar con un escenario de gran magnitud como la Plaza de Toros Cartagena de Indias. Los fantasmas de 1993 todavía rondan: la ignorancia cultural persiste; y la falta de visión de muchos dirigentes, también.

Pero, a pesar de esas limitaciones, el festival ha logrado traer a artistas de talla mundial. Por mi parte, he tenido la fortuna de ver en sus tarimas a figuras como Justo Almario, Cristian del Real, Edy Martínez, Juan Carlos Coronel, Richie Ray, Diblo Dibala, Wil Calhoun, Ladel Mc Lin, Greg Lewis, Marie Claire y Guy Marc Vadeleux, entre otros. La lista es larga y de altísima calidad.

Recuerdo especialmente la visita del trombonista Jimmy Bosch. Fue un honor dirigir, junto al maestro Frank Patiño, un conversatorio con él en el Claustro de la Merced. Esas experiencias no sólo nutren al público sino que también abren puertas de conocimiento y sensibilización hacia géneros que, sin esfuerzos como el de Manuel, seguirían siendo forasteros en Cartagena.

Manuel es el mejor ejemplo de que las pasiones no siempre necesitan un diploma universitario para convertirse en proyectos de vida. Aunque estudió Comunicación Social y Periodismo, su verdadera carrera la cursó en la escuela del amor al jazz, en la terquedad de no rendirse y en la humildad de aprender mientras hacía.

Hoy, el “Festival Voces del Jazz y del Caribe” no es sólo su proyecto, es un emprendimiento familiar: su esposa e hijos lo acompañan en cada edición, en cada búsqueda de patrocinio y en cada desvelo por cuadrar las cuentas. Saben que no es fácil, que la batalla por el reconocimiento cultural es diaria, pero también saben que las recompensas, aunque lentas, son genuinas.

Es cierto —y hasta cruel— que son muchos más los cacheteros (empezando por mí) que los que compran las boletas. Pero también es cierto que cada edición deja huellas, que cada artista que pisa sus tarimas se convierte en un embajador que va hablando de este pequeño pero valiente festival caribeño.

No se me haría raro que en unos años el “Festival Voces del Jazz y del Caribe” termine siendo un monstruo cultural, capaz de atraer público desde Canadá hasta el sector Isla de León, del barrio El Pozón; y desde Japón hasta Membrillal y Pasacaballos. Porque el jazz, como la buena semilla, crece lento pero seguro; y Manuel ya hizo la siembra.

En un país donde muchas veces se celebra la mediocridad y se ignora la excelencia silenciosa, Manuel ha logrado, sin estridencias, construir una obra de altísimo valor cultural. Cada edición del festival es un acto de persistencia, una afirmación de que la cultura no se puede amilanar ante la ignorancia.

No exagero si digo que, gracias a Manuel, el jazz en Cartagena ha pasado de ser una “vaina rara” a convertirse en una opción cultural respetada. Su lucha no es sólo por la música sino también por el derecho a soñar diferente en una ciudad que, a veces, parece temerle a lo distinto.

Y no es que Manuel sea un millonario cultural ni monetario. Al contrario, está tan limpio como yo, pero su riqueza está en su coherencia, en su perseverancia, en esa testarudez que lo ha llevado a mantener a flote un festival sin depender de modas pasajeras ni de politiquerías.

Hoy, cuando el festival completa doce años de ediciones ininterrumpidas, es momento de reconocer que detrás de cada aplauso, de cada acorde, hay un trabajo inmenso que pocas veces se visibiliza. Es hora de decir, sin medias tintas, que Manuel es un verdadero héroe cultural de Cartagena.

Ojalá las nuevas generaciones de gestores culturales entiendan que el ejemplo de Manuel es más valioso que mil seminarios sobre emprendimiento cultural. Él ha demostrado que se puede construir desde el margen, que la pasión es el mejor capital semilla; y que la cultura no se mendiga, se trabaja.

Manuel seguirá ahí, entre partituras, micrófonos y gestiones, haciendo lo que le dicta el corazón. Porque, para él, el jazz no es sólo música: es un modo de habitar el mundo. Y mientras haya alguien que escuche, él seguirá tocando, soñando y luchando bajo la luna o bajo el sol, pero siempre con el jazz como bandera.

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