𝐂𝐨𝐧 𝐥𝐚 𝐚𝐩𝐚𝐫𝐢𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐬𝐞𝐫𝐢𝐞 𝐬𝐨𝐛𝐫𝐞 𝐥𝐚 𝐯𝐢𝐝𝐚 𝐝𝐞𝐥 𝐡𝐮𝐦𝐨𝐫𝐢𝐬𝐭𝐚 𝐑𝐨𝐛𝐞𝐫𝐭𝐨 𝐆𝐨́𝐦𝐞𝐳 𝐁𝐨𝐥𝐚𝐧̃𝐨𝐬, 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐜𝐚𝐧𝐚𝐥 𝐌𝐚𝐱, 𝐬𝐞 𝐡𝐚 𝐩𝐮𝐞𝐬𝐭𝐨 𝐝𝐞 𝐦𝐨𝐝𝐚 𝐯𝐢𝐬𝐢𝐛𝐢𝐥𝐢𝐳𝐚𝐫 𝐥𝐨𝐬 𝐝𝐞𝐟𝐞𝐜𝐭𝐨𝐬 𝐝𝐞𝐥 𝐩𝐞𝐫𝐬𝐨𝐧𝐚𝐣𝐞, 𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐝𝐞 𝐦𝐚𝐧𝐞𝐫𝐚 𝐜𝐫𝐮𝐞𝐥 𝐲 𝐡𝐚𝐬𝐭𝐚 𝐢𝐧𝐠𝐫𝐚𝐭𝐚. ¿𝐀𝐜𝐚𝐬𝐨 𝐲𝐚 𝐧𝐨 𝐞𝐬 𝐢𝐦𝐩𝐨𝐫𝐭𝐚𝐧𝐭𝐞 𝐥𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐡𝐢𝐳𝐨 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐚𝐥𝐞𝐠𝐫𝐚𝐫 𝐚 𝐋𝐚𝐭𝐢𝐧𝐨𝐚𝐦𝐞́𝐫𝐢𝐜𝐚?
Rubén Darío Álvarez Pacheco, muchachon@rinconguapo.com
En los últimos años se ha vuelto común ver cómo muchas figuras, admiradas durante décadas, son arrastradas al escarnio público después de su muerte.
Uno de los casos más visibles y polémicos es el de Roberto Gómez Bolaños, el internacional “Chespirito”, a propósito de la biografía que el canal Max está exhibiendo por estos días.
Aquel artista, quien durante décadas hizo reír a millones con personajes como El Chavo del 8, El Chapulín Colorado o el Doctor Chapatín, ahora es cuestionado por supuestos plagios, por su vida íntima, por el contenido de sus programas y hasta por la música que utilizaba en ellos.
No es raro que, con el paso del tiempo, se revisen críticamente las obras del pasado. Es parte del debate sano y necesario que debe existir en toda sociedad. Lo problemático aparece cuando esa revisión se convierte en linchamiento.
Muchos de los cuestionamientos actuales ni siquiera son nuevos. Algunos vienen de viejos conflictos con compañeros del elenco; otros, de interpretaciones modernas sobre género, clase o pedagogía. Pero lo que sorprende es el tono agresivo, burlón y hasta cruel.

Se le critica, por ejemplo, el haber tenido una relación amorosa con la actriz Florinda Meza, con quien terminó casado. ¿Y eso qué tiene de raro? ¿Acaso es el primer ser humano que se ha separado y rehecho su vida?
También lo acusan de haber plagiado ideas de cómicos anteriores. Pero, ¿quién en el mundo del arte no ha bebido de las fuentes de quienes lo precedieron? El propio Chaplin, genio indiscutible, se inspiró en la comedia ligera y en los artistas del teatro mudo.
En el caso de Chespirito, sus referencias eran claras: los golpes físicos, el humor visual, la ingenuidad de la infancia y la sátira social. Su talento consistía en tomar esos ingredientes y darles forma propia, con identidad latinoamericana, sin necesidad de vulgaridad ni de ofensas.
Uno de los temas más sonados es el de la música. Aún circulan en los periódicos virtuales las noticias referentes a que, en 2009, los compositores Jean-Jacques Perrey y Gershon Kingsley demandaron a la empresa Televisa por el uso sin licencia de varios temas suyos en las series de Chespirito, incluyendo la famosa melodía de El Chavo del 8.
Es cierto, se usaron sin permiso. Pero la responsabilidad legal no fue de Gómez Bolaños, sino de Televisa, que era la productora y la encargada de pagar derechos, adquirir licencias y gestionar los aspectos administrativos del programa.
Chespirito nunca dijo que él compuso esa música. La usó, como se usaban muchas otras melodías en televisión en los años 70, cuando los controles sobre derechos de autor eran muy laxos en América Latina. La demanda terminó en acuerdo económico, sin escándalos.
¿Entonces por qué ahora lo tildan de plagiario, como si fuera un ladrón de ideas? ¿No es eso una forma de ensuciar su nombre sin mirar el contexto? ¿O será que ya no importa la justicia sino el juicio público?
Resulta curioso que todas estas críticas se hayan vuelto más virulentas después de su muerte. ¿Por qué no se hicieron con ese mismo ímpetu cuando él estaba vivo y podía responder? Claro, siempre ha sido más fácil atacar al que ya no puede defenderse.
Roberto Gómez Bolaños fue un artista popular, amado por generaciones. Cometió errores, como todos, pero también nos dejó una obra cargada de humor y humanismo. No sería justo borrarlo del mapa con el argumento de que, supuestamente, “ya no hace reír como antes”.

Dicen que Chespirito era narcisista, pero ¿cuántos narcisistas no hay que no han hecho ni la mitad de lo bueno que hizo él? Es como cuando critican a un escritor por ser alcohólico o drogadicto, pero cuántos alcohólicos hay que jamás escribirán una línea memorable, mientras otros (con sus vicios a cuestas) le han regalado al mundo joyas artísticas que nos salvan el alma. Toda crítica es válida si se hace desde el respeto y la consideración, no desde el desprecio disfrazado de lucidez.
Detrás de El Chavo había una mirada compasiva hacia la infancia abandonada. Detrás del Chapulín, una parodia benévola del héroe fracasado; y detrás de Gómez Bolaños, un hombre que no se creyó genio, pero que marcó a millones de ciudadanos de a pie.
Las nuevas generaciones tienen todo el derecho de mirar con otros ojos las series del pasado, pero criticar no significa destruir. Cuestionar no debería convertirse en despreciar sin compasión.
Cada época tiene su lenguaje y sus códigos. Exigirle a una obra de los años 70 que piense con las lógicas del siglo XXI puede ser un ejercicio útil, pero también injusto si se hace sin contexto y sin misericordia.
Y lo que más preocupa es que esta tendencia a desacreditar ídolos del pasado esté alimentada no por el pensamiento crítico sino por la necesidad de sobresalir, de escandalizar y de ganar atención en redes sociales.
No estoy diciendo que Chespirito sea intocable, pero sí creo que merece ser recordado con justicia. No fue perfecto, pero fue auténtico. No fue un académico, pero fue un extraordinario contador de historias.
Si vamos a desmontar ídolos, que sea con argumentos, con rigor y con memoria; no con saña ni con oportunismo. No con esa crueldad “moderna” que convierte todo en meme y todo legado en basura.