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Historia clínica…

Usemos la advertencia cinematográfica: Este relato está basado en hechos reales… Y le agrego, sin ficción. Este 29 de marzo es su natalicio 59… En el 2019, el 09 de febrero nos dejó su largo adiós…

Rodrigo Ramírez Pérez, rorro@rinconguapo.com

“Compa, la verdad que no quiero ir a la clínica porque se van a quedar conmigo…” Así me dijo el amigo Gustavo Balanta Castilla, quien murió en la madrugada de la efemérides del día nacional del periodista en Colombia. Le había recomendado que fuera al hospital.

Llevaba dos meses con atención médica en casa, había tenido unos cuadros clínicos delicados, sin embargo, sacaba fuerzas del alma para evitar llegar a una hospitalización. Más de una vez lo sentí, en nuestras conversaciones, muy pero muy mal, y la sugerencia de escalar a una clínica, siempre tenía como respuesta un rotundo NO.

Un domingo, habíamos programado un trabajo con un personal que venía de otra ciudad, cuando llegamos a su casa, su semblante era de una extrema debilidad que no dio “bola” para sacarle un poquito de lo que siempre consideré su mayor fortaleza: el discurso vehemente y con su voz fuerte.

Su ánimo estaba apagado, sin otra opción recogimos el equipo de grabación y salimos muy triste. Habíamos perdido un valioso momento para registrar un documento sonero que queríamos sincronizar con su obra social, literaria, política y ecuménica.

La última vez que lo visitamos en su residencia, una amiga vino de lejos, quería acompañarle unos minutos, pues sabía que su presencia era también una terapia de salud para él. Y así fue, todos los que nos acercamos a su morada de enfermo fuimos una dosis de remedio a sus males.

Lamentablemente, a los pocos días era atendido en un centro médico, ahí moriría, fue muy sabio cuando me insistía: Si voy a la clínica se quedan conmigo. Aquel jueves, le llamé al teléfono y me contestó su hijo: “mi padre está muy mal”. Respondí, ya voy para allá. Cumplía 16 días de hospitalización.  

Convencido que un joven desconsolado posiblemente carecía de argumentos para solicitar una mejor y oportuna atención a su padre. Pedí en la estación de enfermería toda la información del tratamiento y los conceptos del médico internista responsable de estabilizar su salud. Más de 12 medicamentos, algunos habían sido suspendidos porque contribuían al desmejoramiento.

Consulté con el tratante a distancia que cumplía una semana dosificándolo con terapias de la medicina tradicional china, quien unos días atrás diagnosticó no tratarlo por la complejidad de su salud, igual que cinco años antes, cuando lo dio por muerto. Sin embargo, mi amigo al conocer esos resultados nefastos me pidió conversar con el terapeuta. Ese mismo día pactaron el tratamiento. Sospecho que la conversación que tuvieron fue bajo un aura, donde Eros, aunque muy maltratado, tenía una carta bajo la manga que convenció a ambos, en el sentido que podían alejar a Thanatos.

Ese terapeuta a distancia, aquel jueves, hizo unas recomendaciones que trasladé al cuerpo médico del hospital, de las cuales, fueron conscientes en acogerlas, pero nunca se implementaron.

Jueves y viernes, seguí paso a paso el cuadro clínico, el diagnóstico era el mismo: no hay esperanzas de vidas, ya es un paciente terminal. No sé por qué, me queda la sensación que hay un momento en que todo confabula para permitirle a la muerte cumplir su tarea.

Pero el alma de mi amigo con las últimas visitas intentó espantar a Thanatos, quien sabía que Eros ya estaba en la lona sin ganas de levantarse a un nuevo combate. Aún así, recargó energías que no alcanzaron a estimular ese cuerpo que murió primero.

Sin embargo, nos devolvió la esperanza, creíamos que una vez más iba a capotear la muerte, Eros había ahuyentado a Thanatos unas cuatro o cinco veces, alzándose con el rimbombante título: el fracaso de los desahucios.

El sábado el garabato hacía su danza, y nosotros, tristes. Estábamos en la fiesta que siempre nos negamos celebrar… Se confirmó, volver al hospital era quedarse con él para entregárselo a Thanatos.  

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