𝐄𝐬𝐭𝐞 𝐩𝐞𝐫𝐢𝐨𝐝𝐢𝐬𝐭𝐚 𝐲 𝐞𝐬𝐜𝐫𝐢𝐭𝐨𝐫 𝐜𝐚𝐫𝐭𝐚𝐠𝐞𝐧𝐞𝐫𝐨, 𝐫𝐚𝐝𝐢𝐜𝐚𝐝𝐨 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐮𝐝𝐚𝐝 𝐝𝐞 𝐍𝐞𝐢𝐯𝐚, 𝐧𝐨 𝐬𝐞 𝐪𝐮𝐞𝐝𝐨́ 𝐞𝐧 𝐥𝐨𝐬 𝐞𝐧𝐭𝐮𝐬𝐢𝐚𝐬𝐦𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐣𝐮𝐯𝐞𝐧𝐭𝐮𝐝 𝐲 𝐜𝐨𝐧𝐯𝐢𝐫𝐭𝐢𝐨́ 𝐬𝐮 𝐚𝐟𝐢𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐥𝐢𝐭𝐞𝐫𝐚𝐫𝐢𝐚 𝐞𝐧 𝐮𝐧 𝐭𝐨𝐫𝐫𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐝𝐞 𝐩𝐨𝐞𝐦𝐚𝐬 𝐭𝐢𝐭𝐮𝐥𝐚𝐝𝐨𝐬 ❞𝐉𝐚𝐫𝐝𝐢́𝐧 𝐝𝐞 𝐩𝐚𝐥𝐚𝐛𝐫𝐚𝐬❞ 𝐲 ❞𝐏𝐚𝐥𝐚𝐛𝐫𝐚 𝐧𝐞𝐠𝐫𝐚❞.
Rubén Darío Álvarez Pacheco, muchachon@rinconguapo.com
Desde la ciudad de Neiva, el periodista y escritor cartagenero, Heber Zabaleta Parra, me envió sus poemarios “Jardín de palabras” y “Palabras negras”, dos compendios de frases, imágenes y universos para leer y releer cada vez que el alma exija alguna recreación estética.
Con esta lectura recordé dos cosas: la sentencia del poeta cubano José Lezama Lima, cuando afirmaba que “es muy fácil ser poeta cuando se es joven. El reto es continuar hasta los 60 años con este martirio”. Y ahí mismo rememoré aquellos años cuando Heber y yo éramos dos estudiantes de periodismo embrujados por la literatura, especialmente en sus formatos de cuento y poesía.
Heber componía poemas que ya mostraban una tendencia marcada hacia el romanticismo, aunque también escribía pequeños cuentos, algunos de los cuales cargaban cierta inclinación por la crítica social, tema que, de vez en cuando, yo también trataba mediante algunos escritos a los cuales tuve el atrevimiento de llamar poesía. Aunque también me aventuraba en el cuento, impulsado por mis lecturas de García Márquez, Eduardo Galeano, Rulfo, Andrés Caicedo, Milan Kundera y Juan Marse, entre otros que fueron apareciendo en el camino.
Heber y yo solíamos reunirnos en los pasillos de la facultad de Periodismo, para revisar mutuamente nuestros escritos, aunque algunas veces esos encuentros tuvieron como escenario algún kiosco aledaño a la Universidad del Atlántico, con varias cervezas de por medio, después de haber presenciado algún recital de poemas o de música rebelde en las instalaciones del alma mater.
Traje a colación a Lezama Lima, porque pensé que, al igual que yo, después de egresar de la universidad y sumergirse en el mundo laboral, Heber echaría a un lado la afición por escribir poemas, pues ya no éramos tan jóvenes, aunque tampoco unos ancianos. Pero veo que me equivoqué. El hombre siguió con su carpintería escritural a flor de manos; y, para la muestra, estos dos libros que les estoy nombrando.

“Jardín de palabras” está equipado con poemas dedicados al amor, a la mujer y al erotismo, todo eso bellamente enmarcado con ciertas alusiones al ambiente de Neiva, la ciudad donde Heber vive hace más de diez años.
Me permito, entonces, mostrarles algunas flores de este jardín:
𝐈𝐦𝐚𝐠𝐢𝐧𝐚𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐞𝐬 𝐦𝐮𝐣𝐞𝐫
Me pides que te imagine.
Para hacerlo, acudo al corazón, a los latidos que aumentan con tu voz.
Me pides que te imagine.
Yo construyo futuros recuerdos con tu piel, con tu aroma de huerto.
Me pides que te imagine.
Escribo para hacerte real, cercana, palpitante, caminante a mi lado.
Me pides que te imagine.
Entonces, preparo un café y su aroma me conecta a ti.
***
𝐍𝐞𝐢𝐯𝐚 𝐞𝐱𝐭𝐫𝐚𝐧̃𝐚
Neiva se despierta, olores a café recorren sus calles.
Los semáforos colapsan la movilidad.
Ciudadanos de a pie madrugan a las filas interminables de citas médicas.
Amanece, las avenidas se inundan de vehículos que esquivan huecos y agentes de tránsito.
Inicia el día no por el canto del gallo.
Inicia el día, porque tu ausencia se mete por las ventanas, hace sonar el despertador y a este hombre levantar de la cama que aún te extraña.
***

“Palabras negras”, el otro poemario, está dedicado enteramente a todo lo concerniente a la etnia afrodescendiente, con lo cual Heber agrega otra huella al camino trazado por gigantes como Manuel Zapata Olivella, Jorge Artel, Pedro Blas Julio, Arnoldo Palacios, Luis Palés Matos, Luis Rafael Sánchez, Dereck Walcott y Tony Morrison, entre otros, no menos importantes.
Ya he dicho varias veces, y en diferentes escenarios, que me incomoda profundamente cuando se habla de “literatura negra” o de “poetas negros”, puesto que me da la impresión de que esos apelativos tienen más una intención reduccionista que una designación respetuosa y justiciera.
La poesía es una sola, independientemente desde dónde la conciba el poeta. Y sobre eso puede dar suficiente testimonio el también cartagenero Jorge Artel, a quien insistían en llamar “el poeta de los negros”, sin que a nadie se le haya ocurrido decirle a Neruda “el poeta de los blancos”.
Dado el histórico e insondable racismo que existe en Latinoamérica, es fácil adivinar que esos apelativos lo único que buscan es restar proyección a los negros e indígenas que hacen literatura enfocada en sus etnias o en cualquier cosa que vibre en la profundidad del vasto universo.
Pero no creo que Heber Zabaleta se deje encasillar. No creo que permita que nadie lo reduzca a ninguna marca desobligante. Sus poemas pueden hablar de las enaguas de la diosa Venus, pasando por las plumas del gran jefe Hatuei y terminando en el vello púbico de Jennifer López, sin que, por uno u otro tema, dejen de ser poesía.
Hebert se crio en el barrio Daniel Lemaitre, cercano al mar de Cartagena y poblado en su mayoría por gentes de color oscuro como lo es él. Pero sus inspiraciones surgen de las calles siempre alegres, de las tiendas que huelen a detergentes para la batea y a verduras recién extraídas de la tierra, de la música antillana, de los sonidos folclóricos, de los pescadores del caño Juan Angola y del ruido de los aviones sobrevolando la Ciénaga de la Virgen.
Y eso se ve en las siguientes piezas:
𝐒𝐞𝐧𝐭𝐢𝐫 𝐚𝐟𝐫𝐢𝐜𝐚𝐧𝐨
Estoy ligado a las selvas y bosques, a los árboles que transpiran vuelos y cantos, a la diversión genuina con mancala, a vestirme con kente que expresa mi vibrante existencia. Yo anido este sentir africano, aquí en mi pecho como un pájaro de fuego.
Estoy en el corazón del universo. Del pueblo Ashanti, impregnado de Ghana, reconstruyendo el ADN dormido que despierta con el ritmo de los guerreros Zulúes que cabalgan con el viento.
Estoy en medio del atardecer de un país de raza negra, el espíritu Ubuntu transmite nuestras historias. La longevidad del Baobab contrasta con la levedad de la oratoria improvisada.
A mi rescate acuden los Griots que me amamantan con la leche de la cultura y con sus voces guturales.
Porque alguna vez mis antepasados fueron encadenados y transportados por los barcos de los verdugos, y traídos a este reino de embriagadores olores y sabores.
Ahora, ¡libéranos de la historia y del tiempo¡
𝐑𝐚𝐢́𝐜𝐞𝐬 𝐧𝐞𝐠𝐫𝐚𝐬 𝐝𝐞𝐥 𝐇𝐮𝐢𝐥𝐚
En la tierra del sol que abrazo
nace un río que murmura las alturas
y los cantos de mis ancestros africanos.
En el corazón del Huila, mi cultura negra camina por las rutas pensadas, con el ritmo del tambor en el pecho, con los abuelos que guían nuestros espíritus danzantes.
Somos hijos del sol y de la luna, nuestra piel brilla como el oro. El viento sigue dibujando cosechas, semillas de lucha, amor y libertad.
La memoria de África está en nuestras venas, del tambor de la montaña. Somos un pedazo de herencia. Hemos dejado de cargar las cadenas por pasos cargados de resistencia.
Bajo este cielo estrellado, las raíces negras se entrelazan. Somos la voz de un pueblo amado y recordado con cada latido, porque siempre nos conectamos con el Nganga.
Con fuerza y con esperanza, con el eco vibrante de nuestros ancestros. Por eso seguimos adelante con confianza, tejiendo un futuro, levantando nuestras voces para que el eco de la libertad no se apague; para que, en cada rincón, en cada mañana, el legado negro de esta comarca siga como una llama encendida.
***
Debo admitir que estos dos poemarios son una muestra suficientemente fehaciente de que lo que Heber y yo compartimos en los pasillos de la universidad y durante las cervezas de la tienda de sus padres, pues no eran caprichos de jovencitos afiebrados y espoleados por los grandes autores de la literatura mundial. No. Era el preludio de este mar de metáforas que acabo de leer y que —para contradecir a Lezama Lima—están muy lejos de encarnar el martirio que el poeta cubano solía describir en sus largas conversaciones.
*** 𝐏𝐨𝐬𝐝: 𝐐𝐮𝐢𝐞𝐧𝐞𝐬 𝐝𝐞𝐬𝐞𝐞𝐧 𝐚𝐝𝐪𝐮𝐢𝐫𝐢𝐫 𝐥𝐨𝐬 𝐩𝐨𝐞𝐦𝐚𝐫𝐢𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐇𝐞𝐛𝐞𝐫 𝐙𝐚𝐛𝐚𝐥𝐞𝐭𝐚 𝐩𝐮𝐞𝐝𝐞𝐧 𝐜𝐨𝐦𝐮𝐧𝐢𝐜𝐚𝐫𝐬𝐞 𝐦𝐞𝐝𝐢𝐚𝐧𝐭𝐞 𝐞𝐥 𝐧𝐮́𝐦𝐞𝐫𝐨: 𝟑𝟎𝟏-𝟒𝟔𝟏𝟏𝟒𝟔𝟐