𝐏𝐚𝐫𝐚 𝐧𝐚𝐝𝐚 𝐡𝐚 𝐬𝐢𝐝𝐨 𝐣𝐮𝐬𝐭𝐨 𝐞𝐬𝐞 𝐬𝐢𝐥𝐞𝐧𝐜𝐢𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐢𝐞𝐦𝐩𝐫𝐞 𝐡𝐚 𝐩𝐞𝐫𝐬𝐞𝐠𝐮𝐢𝐝𝐨 𝐥𝐚 𝐨𝐛𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐞𝐬𝐭𝐚 𝐠𝐫𝐚𝐧 𝐞𝐬𝐜𝐫𝐢𝐭𝐨𝐫𝐚 𝐛𝐚𝐫𝐫𝐚𝐧𝐪𝐮𝐢𝐥𝐥𝐞𝐫𝐚, 𝐚𝐮𝐧𝐪𝐮𝐞 𝐞𝐧 𝐥𝐨𝐬 𝐮́𝐥𝐭𝐢𝐦𝐨𝐬 𝐚𝐧̃𝐨𝐬 𝐚𝐥𝐠𝐮𝐧𝐨𝐬 𝐬𝐞𝐜𝐭𝐨𝐫𝐞𝐬 𝐦𝐚𝐫𝐠𝐢𝐧𝐚𝐥𝐞𝐬 𝐚𝐝𝐨𝐫𝐚𝐧 𝐬𝐮 𝐧𝐨𝐦𝐛𝐫𝐞.
Rubén Darío Álvarez Pacheco, muchachon@rinconguapo.com
En este 2025 se cumplen treinta años del fallecimiento de la escritora barranquillera Marvel Luz Moreno Abello, y me parece necesario, casi urgente, recordar su obra, su figura, y la forma en que su literatura sigue hablándonos hoy.
Descubrí a Marvel no por una recomendación académica ni por un artículo de moda, sino por azar: al leer su cuento “Las fiebres del Miramar”, quedé atrapado por una prosa sólida, inteligente, sin adornos innecesarios, que ponía el dedo en la llaga de una sociedad barranquillera hipócrita, llena de apariencias y marcada por un machismo feroz.
A partir de ahí quise saber quién era esta escritora que narraba con tanta lucidez sobre un mundo que yo también conocía. Fue así como supe que Marvel pertenecía a la alta sociedad barranquillera, que fue reina del Carnaval, que se casó con el también escritor Plinio Apuleyo Mendoza, que fue cercana al Grupo de Barranquilla, a Gabriel García Márquez y a Álvaro Cepeda Samudio. Y, sin embargo, pese a esa cercanía, su estilo fue siempre propio, sin rastros de realismo mágico ni de las búsquedas formales de sus colegas masculinos.
Lo que más me llamó la atención fue su independencia literaria. Mientras muchos escritores caribeños se veían tentados por la sombra de Macondo, Marvel optó por narrar una Barranquilla muy concreta: la de los patios interiores, los secretos familiares, los códigos no dichos de la clase alta. Esa ciudad donde las mujeres sabían sonreír mientras se derrumbaban por dentro. Esa ciudad que no perdona a quien la retrata sin maquillaje.
Marvel Moreno no fue una escritora complaciente. Escribió sobre el machismo con una lucidez demoledora, sobre el racismo solapado que habita en muchas familias costeñas y sobre el catolicismo que se vuelve coartada para el abuso y la represión. Sus protagonistas, casi siempre mujeres, se mueven entre la sumisión y la rebeldía, entre la resignación y el deseo de emancipación. Son mujeres que se cansan de fingir.

Su obra más conocida, “En diciembre llegaban las brisas”, es quizás una de las novelas colombianas más injustamente ignoradas del siglo XX. Es un retrato íntimo y feroz de la decadencia moral de una familia de clase alta barranquillera. Con una escritura impecable, Marvel construye un mundo donde los silencios son más elocuentes que las palabras, donde cada gesto esconde un conflicto, una frustración, una pérdida.
En su otra novela, “El tiempo de las amazonas”, publicada póstumamente, Marvel amplía su mirada y sitúa su historia en París, ciudad donde vivió buena parte de su vida. Allí narra la vida de tres mujeres latinoamericanas que intentan reconstruirse lejos de sus raíces. Es una novela cosmopolita, pero con el mismo enfoque: explorar lo que implica ser mujer en sociedades marcadas por la dominación masculina y el mandato del deber.
Sus cuentos, reunidos en una preciosa edición de Alfaguara, son también joyas que revelan su maestría narrativa. En ellos encontramos todo un universo de personajes heridos, tensos, complejos, atrapados entre el qué dirán y lo que realmente desean. El cuento “Oriana, tía Oriana”, por ejemplo, fue adaptado al cine y condensa buena parte del universo moral que le interesaba a Marvel: mujeres atrapadas en la cárcel de las buenas costumbres.
A Marvel le dolía Barranquilla. Le dolía su clase social, su entorno, su ciudad. Y lo expresó con crudeza. Por eso, quizás, Barranquilla la olvidó durante mucho tiempo. Su nombre no sonaba en los colegios, su obra no se leía en las ferias del libro locales, su figura era casi un susurro. Era como si la ciudad se negara a mirar el espejo que ella le tendía.
Ese rechazo local me recuerda lo que ocurrió con Luis Carlos López, el poeta cartagenero que llamó a su ciudad “heroica y abúlica”, “vieja ciudad colonial con cara de reina senil”. Como Marvel, él también fue castigado por no idealizar su lugar de origen. Como ella, retrató, sin temor y con talento, los defectos de su sociedad. Y como ella, fue ignorado por mucho tiempo por su propia gente.
Marvel no fue olvidada por falta de calidad. Fue ignorada por decir verdades que sacuden. Por revelar el lado oscuro de las familias “de bien”. Por mostrar que detrás de los apellidos ilustres también hay infidelidades, abusos, clasismo, discriminación, traumas, racismo, y una infinita soledad femenina.
Por suerte, en los últimos años su obra ha empezado a ser rescatada con justicia. Hoy en día se estudia en universidades de Colombia, México, Argentina, España y Francia. Jóvenes investigadoras, feministas, escritoras y lectoras apasionadas han encontrado en su literatura un espejo donde entender muchas de las tensiones que siguen marcando la vida de las mujeres latinoamericanas.
Marvel se adelantó a muchas de las discusiones actuales. Su literatura no necesitó discursos ruidosos: fue profundamente feminista sin proclamarse como tal. Sus personajes hablaban con sus actos, con sus cuerpos, con sus decisiones y contradicciones. Narró la vida de mujeres reales, no de heroínas ni mártires.
Me resulta doloroso pensar que Marvel no alcanzó a ver este reconocimiento en vida. Murió en París en 1995, lejos de su ciudad natal, en relativa oscuridad editorial, aunque rodeada de su segundo esposo y sus hijas. Su final fue silencioso, como el de muchas de sus protagonistas.
Hoy, treinta años después, es momento de saldar esa deuda cultural. Leer a Marvel Moreno es no sólo un acto de justicia, sino también un gesto de lucidez. Nos obliga a pensar, a zarandearnos, a reconocernos en nuestras propias hipocresías sociales.
En un país que aún tiene miedo de escuchar a sus mujeres, Marvel nos recuerda por qué es necesario que ellas escriban. Por qué es vital que se atrevan a contar sus historias, aunque molesten. Aunque agiten al otro. Aunque la ciudad entera les dé la espalda por un tiempo.
Ojalá Barranquilla, su ciudad, por fin le rinda el homenaje que merece. Que sus colegios la enseñen. Que sus calles la nombren. Que sus lectores la celebren. Que su nombre deje de ser un secreto doloroso y se vuelva referente luminoso.
Marvel Moreno no escribió para agradar. Escribió para decir la verdad. Y por eso, hoy más que nunca, necesitamos leerla.