𝐒𝐞 𝐜𝐮𝐦𝐩𝐥𝐞𝐧 𝟏𝟎𝟎 𝐚𝐧̃𝐨𝐬 𝐝𝐞𝐥 𝐧𝐚𝐜𝐢𝐦𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨 𝐝𝐞 𝐮𝐧𝐨 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐩𝐞𝐧𝐬𝐚𝐝𝐨𝐫𝐞𝐬 𝐦𝐚́𝐬 𝐠𝐫𝐚𝐧𝐝𝐞𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐝𝐢𝐨 𝐂𝐨𝐥𝐨𝐦𝐛𝐢𝐚 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐬𝐢𝐠𝐥𝐨 𝐗𝐗. 𝐍𝐮𝐧𝐜𝐚 𝐪𝐮𝐢𝐬𝐨 𝐬𝐞𝐫 𝐮𝐧 𝐬𝐨𝐜𝐢𝐨́𝐥𝐨𝐠𝐨 𝐝𝐞 𝐞𝐬𝐜𝐫𝐢𝐭𝐨𝐫𝐢𝐨. 𝐒𝐮 𝐨𝐟𝐢𝐜𝐢𝐧𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐞𝐥 𝐛𝐚𝐫𝐫𝐨 𝐝𝐨𝐧𝐝𝐞 𝐚𝐫𝐝𝐞 𝐞𝐥 𝐟𝐮𝐞𝐠𝐨 𝐝𝐞𝐥 𝐩𝐨𝐩𝐮𝐥𝐚𝐜𝐡𝐨.
Rubén Darío Álvarez Pacheco, muchachon@rinconguapo.com
En este 2025 se cumple un siglo del nacimiento de uno de los más grandes pensadores sociales de Colombia: el sociólogo barranquillero Orlando Fals Borda. Su nombre retumba con fuerza no sólo en los círculos académicos sino también en el corazón del pueblo colombiano, especialmente entre los campesinos, los líderes comunitarios, las madres cabeza de hogar y los estudiantes de Ciencias Sociales que aún hoy encuentran inspiración en su ejemplo.
Conocí su nombre cuando tenía 15 años. Estaba leyendo el libro “Camilo Torres, el cura guerrillero”, de Walter J. Broderick; y allí aparecía Fals en un momento crucial de la historia colombiana: la fundación de la primera facultad de Sociología del país, junto a su entrañable amigo, Camilo Torres Restrepo. Aquella lectura me marcó, pero no fue sino años después, ya siendo periodista, cuando una anécdota me estremeció profundamente y me hizo entender la ternura y grandeza de su alma.

Siendo niño, Fals Borda presenció cómo una de sus abuelas le leía el periódico en voz alta a la otra. Pero cuando ambas perdieron la vista, el pequeño Orlando asumió la tarea de leerles cada día. Más aún, comenzó a escribir sus propios cuentos para entretenerlas. Esa imagen del niño lector que se convierte en narrador me conmovió profundamente: habla de alguien que entendía el poder del conocimiento, pero también de la ternura, la empatía, la compasión y la solidaridad.
Esa ternura se convirtió en una brújula ética a lo largo de su vida. Fals no fue un sociólogo de escritorio: fue un caminante de veredas, un interlocutor de pescadores y un defensor de la sabiduría popular. Su propuesta de investigación acción participativa (IAP) rompió con los moldes tradicionales y propuso algo radical para su tiempo: que los investigadores debían meterse en el barro, escuchar con humildad y dejarse transformar por las comunidades.
Tuve ocasión de recordarlo durante un almuerzo con una socióloga argentina que adelantaba una investigación en Cartagena, entre los barrios Colombiatón y Flor del Campo. Ella me confesó su desilusión al ver a muchas trabajadoras sociales en las oficinas públicas de la ciudad, maquilladas, perfumadas, haciéndose llamar “doctoras” y mirando a los pobres por encima del hombro, en lugar de ponerse las botas y caminar los barrios con lluvia o con sol. Inmediatamente pensé en Fals Borda, quien sí supo entender que el compromiso social no se hace desde las alturas del Olimpo sino desde la médula de la trocha.

Orlando Fals Borda no predicaba desde la torre de marfil. Él mismo salía a repartir folletos en los parques cercanos a la Universidad Nacional para convencer a los jóvenes de que se inscribieran en la entonces desconocida carrera de Sociología. Promocionaba esa nueva disciplina con el mismo fervor con que alguien podría vender bollos o yuca: con humildad, entrega y convicción.
Los primeros pocos estudiantes de Sociología se convirtieron en una especie de familia: Fals era como el padre; Camilo Torres, el tío bonachón; y los estudiantes, unos hermanos que estaban descubriendo juntos un nuevo modo de ver el país. Fals no trataba a sus alumnos con desdén sino con afecto y respeto. Su ternura era activa, política y transformadora.
Una de sus grandes virtudes fue saber escuchar. En una de sus travesías por el Caribe colombiano, en San Benito Abad, un pescador le habló de lo “sentipensante”, una palabra maravillosa para referirse a aquello que se piensa con la cabeza pero también con el corazón. Fals no sólo la adoptó sino que, además, siempre reconoció que no era suya sino del pueblo. Otros se la hubieran robado, pero él no: su ética era de otra estatura.
El escritor uruguayo Eduardo Galeano, quien tanto supo leer el alma latinoamericana, celebró esta palabra en sus textos. Pero fue Fals Borda quien la difundió por todo el continente; y lo hizo como lo hacía todo: sin alardes, sin buscar protagonismo, simplemente compartiendo lo que el pueblo le enseñaba.
Fals Borda escribió libros que son verdaderas bitácoras de aventura intelectual: “Campesinos de los Andes”, “El regreso a la región”, “La historia doble de la costa”, entre muchos otros. En ellos no hay poses académicas sino preguntas honestas, hallazgos compartidos y una profunda gratitud por lo aprendido en el camino.
Fue un hombre que pudo quedarse en el extranjero, dar clases en universidades prestigiosas y vivir cómodamente. Pero eligió quedarse en Colombia, jugársela por sus comunidades y participar activamente en los debates sociales del país. Fue miembro del M-19, sin armas, pero con ideas. Fue constituyente en 1991. Fue siempre un rebelde con causa.
Su legado hoy es más vigente que nunca. En tiempos de tecnocracia, burocracia y ego académico, su ejemplo nos recuerda que la verdadera ciencia social se hace con amor, con empatía y con compromiso.
Ojalá los jóvenes sociólogos, trabajadoras sociales y educadores populares de hoy se acerquen a su obra no sólo para citarla sino también para vivirla. Porque leer a Fals Borda no debe ser un ejercicio de archivo sino una invitación a la acción.

No basta con homenajearlo en su centenario colgando su foto en un auditorio. Hay que seguir sus pasos, recorrer sus caminos, pensar y sentir como él.
Porque Fals Borda fue, es y será un gigante, un hombre que escribió con el alma, que caminó con el pueblo y que sembró palabras que siguen floreciendo.