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Pobreza atroz y niños asesinos…

Dios es amor… Es una consigna pregonera que se lee en muchos espacios, lugares y rincones del mundo…

Rodrigo Ramírez Pérez, rorro@rinconguapo.com

Uno de los principales mensajes que nos dejó Jesucristo, en sus 33 años como ser humano, fue el amor, lección que muy pocos aprendemos.

El mayor amor es el de madre, pues en su vientre se gestó el hijo que jamás dejará de amar. Infortunadamente, no todas las mujeres en la gestación tienen el privilegio de vivir con amor esa etapa hermosa de procrear vida.

Muchas mujeres conciben a sus descendientes en medio de situaciones violentas, en escasez, bajo la miseria y en entornos guerreristas. Científicamente, está comprobado que muchos de los seres humanos tienen conductas buenas o malas conforme a su gestación.

Todo lo exterior que vive la madre lo siente en el vientre ese nuevo ser humano que se forma por etapas durante nueve meses o quizás menos. Ahí, lamentablemente, quienes dirigen las sociedades universales poco se detienen para que la madre procree en ambientes sanos; y así, poblar el mundo de gente buena.

De los 8 mil millones de habitantes del planeta tierra, la génesis de la gente mala, perversa y violenta se suscribe a lo anteriormente señalado. Claro, no lo son en gran proporción, pero hacen mucho ruido y daño a la humanidad. Ambientalmente se dice que el humano nace sano, pero la sociedad lo corrompe.

En contraste, la gente buena y servicial es mayoritaria, pero esa condición parece que trae consigo una pasividad y un miedo que se convierte en el vehículo propicio para que el malo y perverso domine desde los círculos de poder y de la delincuencia organizada.

Lo anterior no es nuevo, y quizás muchas personas lo han manifestado con mejores contextos. Pero lo he usado para aterrizar en lo que hoy nos tiene a todos opinando sobre la situación del acto violento contra la vida del precandidato presidencial y senador colombiano, Miguel Uribe Turbay.

El debate tiene muchas aristas, de conformidad con la orilla que se defienda. Para el caso del atentado al político, pocos influenciadores de las redes sociales y consejeros de opinión rankeados han escarbado en la génesis de la naturaleza violenta, injusticia y desigualdad que nos reina y somete.

En 1984, con el asesinato del ministro de justicia de la época en Colombia, Rodrigo Lara Bonilla, nos conmovimos doblemente: la muerte del funcionario, más la puesta en escena de un menor dentro de los sicarios que perpetraron el crimen.

De ahí en adelante se conocieron muchos otros menores protagonizando las escenas de sangre en los homicidios a sueldo de las organizaciones criminales de todo tipo en Colombia.

Además, con indiferencia y sin asombro alguno, periódicamente se registra en las noticias al niño que vende como pan caliente la crónica judicial cuando asesina al compañero de la escuela o mata al vecino; roba y le quita la vida a su víctima, que no teme mandar al cementerio a sus familiares.

En fin, es la infancia criminal que no tiene remedio, porque la sociedad condena a los menores en riesgo de repetir y aumentar la macabra historia de la muerte.

Sí, la verdadera culpable es la sociedad, porque entrega el mandando a los políticos que la representan en los círculos del poder público, al elegir, en las elecciones, a delincuentes con asiento en lo ejecutivo, legislativo y judicial, donde es poco o nada lo que se hace para cambiar esta triste realidad del niño criminal.

Por fortuna, el menor que atentó contra el político Uribe Turbay no fue asesinado en manos de la turba que lo detuvo, minutos después del crimen. En el ruido de los comentarios se dice que el adolescente ha denunciado a sus contratantes y se especula sobre ciertas organizaciones delincuenciales como las autoras intelectuales.

La revisión de los videos, al momento del atentado, permite especular que el plan criminal tenía como objetivo que el joven sicario muriera en la escena. Afortunadamente, el adolescente de 14 años terminó herido, ha declarado a las autoridades y permanece en custodia policial. Ello no es la garantía para ubicar a los autores intelectuales. Por ahora, se salvó la vida del menor, quien, sin duda, es víctima de la pobreza atroz que construye niños asesinos.

Me detendré muy tangencialmente en lo dicho arriba. La ausencia de amor en esa etapa de gestación, las escenas de la violencia externa y la miserable pobreza en que muchas madres gestan a sus hijos, es la mejor fábrica de criminales que tiene la delincuencia organizada, la cual se permea en los círculos de poder, para seguir perpetuando una sociedad corroída por la injusticia y la desigualdad con ese pueblo bueno, sumiso y permisivo.

Pronto se conocerá la historia de ese adolescente. Seguramente viene contaminado desde el vientre; y luego, ambientalmente, el entorno criminal donde se crio le reforzó la idea de que, supuestamente, la vida no vale nada; y que solo se necesitan dos pesos más para matar sin importar a quién.

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