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Tania Maza Chamorro: Sola, firme y encendida

𝐄𝐧 𝐂𝐚𝐫𝐭𝐚𝐠𝐞𝐧𝐚, 𝐮𝐧𝐚 𝐜𝐢𝐮𝐝𝐚𝐝 𝐦𝐮𝐜𝐡𝐚𝐬 𝐯𝐞𝐜𝐞𝐬 𝐜𝐢𝐞𝐠𝐚 𝐚 𝐬𝐮𝐬 𝐩𝐫𝐨𝐩𝐢𝐨𝐬 𝐭𝐚𝐥𝐞𝐧𝐭𝐨𝐬, 𝐓𝐚𝐧𝐢𝐚 𝐡𝐚 𝐜𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐢𝐝𝐨 𝐮𝐧𝐚 𝐨𝐛𝐫𝐚 𝐬𝐢𝐧𝐠𝐮𝐥𝐚𝐫 𝐲 𝐬𝐢𝐥𝐞𝐧𝐜𝐢𝐨𝐬𝐚, 𝐦𝐚𝐫𝐜𝐚𝐝𝐚 𝐩𝐨𝐫 𝐥𝐚 𝐝𝐢𝐠𝐧𝐢𝐝𝐚𝐝, 𝐞𝐥 𝐜𝐨𝐦𝐩𝐫𝐨𝐦𝐢𝐬𝐨 𝐲 𝐮𝐧𝐚 𝐟𝐢𝐝𝐞𝐥𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐢𝐧𝐪𝐮𝐞𝐛𝐫𝐚𝐧𝐭𝐚𝐛𝐥𝐞 𝐚 𝐬𝐮 𝐯𝐢𝐬𝐢𝐨́𝐧 𝐞𝐬𝐭𝐞́𝐭𝐢𝐜𝐚.

Rubén Darío Álvarez Pacheco, muchachon@rinconguapo.com

Hay artistas que viven del escenario y otros que lo fundan.

Tania Maza Chamorro pertenece a esta última estirpe: la de quienes no llegan al arte como destino sino como necesidad. En Cartagena, una ciudad muchas veces ciega a sus propios talentos, ella ha construido una obra singular y silenciosa, marcada por la dignidad, el compromiso y una fidelidad inquebrantable a su visión estética.

Actriz, directora, dramaturga, poeta, maestra y artista de performance, Tania no ha transitado los caminos seguros. Desde joven eligió los senderos laterales: esos donde no abundan los reflectores, pero sí los desafíos. Y en esos caminos ha sembrado más que una carrera: una poética de la escena y del cuerpo, que hoy resulta fundamental para entender el teatro cartagenero y caribeño contemporáneo.

Fundadora del grupo “De la nada teatro”, ha hecho del nombre un manifiesto: crear desde lo marginal, desde el vacío, desde la invisibilidad y convertirlo en arte vivo, en propuesta escénica y en acto social. Sus obras no son productos: son procesos que involucran cuerpo, pensamiento, memoria y territorio.

Su trabajo ha ido más allá del escenario. Como pedagoga, ha formado generaciones de actores y actrices con una ética del oficio que privilegia el rigor, la investigación y el respeto por la creación. Como gestora cultural, ha liderado montajes, talleres, lecturas y espacios de reflexión sin más apoyo que su terquedad y su fe en el arte.

Pese a su experiencia y aportes, no es habitual verla en los círculos intelectuales tradicionales. Tania no busca pertenecer a élites culturales ni recibir aplausos de salón. Prefiere andar sola, acompañada de sí misma, sus libros, sus papeles, sus intuiciones. La suya es una soledad fértil, comprometida, profundamente creativa.

Pero esa aparente soledad está llena de presencias. Porque Tania lleva consigo a las mujeres que ha interpretado, a las que ha leído, a las que ha amado y a las que el país ha querido borrar. Cada performance suyo parece un conjuro de las ausentes. Una llamada a lo que no se olvida.

Su más reciente obra, “Amor quiere decir olvido”, no sólo relee a las mujeres de “Cien años de soledad”. Las resucita. Las reinventa. Las coloca en diálogo con las desaparecidas reales de Cartagena. En un acto poético y político, Tania cruza la literatura de García Márquez con la violencia de la historia colombiana reciente. Y lo hace con el cuerpo, que es su principal herramienta de memoria.

Este performance ha tenido ecos fuertes, porque no se queda en la nostalgia ni en el homenaje. Es un reclamo. Una afirmación. Un recordatorio de que las mujeres, reales o ficcionales, merecen ser vistas en su complejidad, y no sólo en sus roles asignados por la tradición patriarcal.

Como si eso fuera poco, Tania no se detiene en la escena. Ha comenzado a organizar marchas contra la desaparición forzada de mujeres en Cartagena. Con pancartas, cánticos, cuerpos pintados y acciones simbólicas, busca crear un puente entre el arte y el activismo. Que la ciudad se mire a sí misma. Que no pase la página.

En ese gesto se revela toda su potencia: unir la performancia con la protesta, la poesía con el duelo público y el teatro con los derechos humanos. Convertir el arte en trinchera, en altar y en espejo. Pocas artistas logran esa síntesis sin caer en el panfleto ni en la pose. Tania lo hace con una naturalidad estremecedora.

Hay algo profundamente ético en su manera de estar en el mundo. No necesita reflectores, ni premios, ni padrinazgos. Ha hecho su camino sin deberle favores a nadie. Y esa independencia, que para algunos puede parecer aislamiento, es en realidad una forma de resistencia.

En sus clases, sus textos, sus escenas y sus poemas, late una Cartagena distinta: no la de las murallas para el turismo, sino la de los barrios, los silencios y los cuerpos que duelen. Ha creado desde allí una estética propia, donde el Caribe no es cliché sino carne viva, agua, fuego y memoria.

Su poesía, menos conocida pero igualmente poderosa, acompaña su trabajo escénico. En versos breves y tensos, Tania escribe sobre el cuerpo, la ciudad, la infancia, el exilio íntimo. Su libro “Tríptico” fue un primer testimonio de esa voz lírica que también la habita.

En un país que ha silenciado tantas voces de mujeres, artistas como ella son faro y semilla. No hacen escándalo. No hacen fila. No bajan la cabeza. Y, sin embargo, ahí están, tercas como la verdad, dulces como la dignidad.

No es gratuito que sus poemas hayan sido incluidos en antologías afrocolombianas. Tania escribe desde una identidad cruzada por el cuerpo, el territorio y la herencia. Su voz es negra, caribe, femenina, sin pedir permiso.

Verla actuar es un privilegio. Escucharla leer sus poemas es como asistir a una ceremonia. Y marchar con ella, hombro a hombro, por las calles de Cartagena, es participar de una ciudad posible, más justa, más consciente, más despierta.

A Tania hay que reconocerla ahora, no cuando ya no esté. Hay que leerla, verla, invitarla, escucharla. No por compasión ni por cuota. Sino porque su arte hace falta. Porque su mirada nos cuestiona. Porque su cuerpo en escena es un acto de amor radical.

No basta un artículo para abarcar lo que significa su trabajo. Pero desde aquí puede empezar el homenaje: nombrándola, destacándola, compartiendo su obra y multiplicando su voz.

Porque a veces el arte más grande no está en los escenarios oficiales, sino en los cuerpos que insisten. En las mujeres que caminan solas, pero con todas. En las que, como Tania, hacen de la soledad una fuerza creadora.

Y porque lo que ella hace, lo que ella es, nos obliga a recordar que el amor —el verdadero— nunca puede ser olvido.

𝐒𝐔𝐒 𝐏𝐎𝐄𝐌𝐀𝐒

𝐌𝐢𝐫𝐚́𝐧𝐝𝐨𝐦𝐞 𝐚𝐥 𝐞𝐬𝐩𝐞𝐣𝐨

Sola,

con mi lucidez loca,

con mi fragancia sumisa,

me tengo:

la niña de siempre

que se escurre entre la risa,

a la mujer que gime

hasta el fondo de sí,

a la violenta morena

de genio incandescente.

𝐎𝐥𝐯𝐢𝐝𝐨 𝐝𝐨𝐦𝐢𝐧𝐢𝐜𝐚𝐥

Es por eso que este olvido

no es sabatino

sino dominical.

Un martes de tarde

(contigo).

Lo sabe,

lo sabe

la declivática escalera

de tus formas,

también el desamparo

de los labios corridos.

Qué más es este olvido dominical.

el lapso entre

las rejas angulares y el casete

de Héctor Lavoe.

𝐄𝐱𝐢𝐬𝐭𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚

Se cansa el cuerpo de andar en el mundo, de llevar carne, mente, dispersión, conjetura.

De recibir la ceremonia del bostezo diario.

De moverse, andar, procrear.

Se cansa el cuerpo de escuchar tu voz lejana y unísona: al compás de la muerte.

𝐔𝐧 𝐩𝐚𝐢́𝐬 𝐦𝐞 𝐞𝐬𝐭𝐚́ 𝐝𝐨𝐥𝐢𝐞𝐧𝐝𝐨

Hoy el hilo dolórico ha penetrado mis más altas cumbres.

Hoy el sudor frío no es más que un asomo del invierno.

Hoy he decidió insentir para no morir viviendo.

Hay un cierto encanto en el sufrimiento: las lágrimas caen más fácilmente y parecen una lluvia que se rompe al final de cada domingo.

Pareciese que en lo sentido se ocultara algún dios inscrito en la memoria.

Un país me está doliendo.

Todos los días hay una afrenta más de un grupo de hombres que como dioses deciden la vida y la muerte de sus semejantes, penetran por parajes y campos: con las fastuosas luces de la guerra.

Pueden sembrar la sangre en los caminos pero no verán nunca crecer su cosecha.

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