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Un gato, un incendio, un éxodo

Rubén Darío Álvarez Pacheco, muchachon@rinconguapo.com

No sé en estos tiempos, pero en mis épocas de estudiante los libros de Castellano traían, además de las lecciones correspondientes a la materia, lecturas recreativas, que podían ser cuentos cortos, poemas o fragmentos de novelas. Incluso, hasta caricaturas.

De hecho, estando en kínder, aprendí a leer con un texto corto que decía lo siguiente:

“Juan Pinto, sable al cinto, contó de cuentos un ciento. Y un chico le dijo contento: ¿cuánto cuento cuenta Pinto?”.

Más adelante, comenzando la educación secundaria, leí, en uno de esos libros escolares, un texto titulado “La idea que da vueltas”.

Y decía más o menos así:

“Les voy a contar, por ejemplo, la idea que me está dando vueltas en la cabeza hace ya varios años; y sospecho que la tengo ya bastante redonda.

Imagínense un pueblo pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija menor de 14.

Cuando está sirviéndoles el desayuno a sus hijos, y se le advierte una expresión muy preocupada, los hijos le preguntan qué le pasa y ella responde:

“No sé, pero he amanecido con el pensamiento de que algo muy grave va a suceder en este pueblo”.

Ellos se ríen de ella, dicen que son pensamientos de vieja, cosas que pasan.

Mientras, el hijo se va a jugar billar y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el adversario le dice:

“Te apuesto mil pesos a que no la haces”.

Todos se ríen, y él también se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga los mil pesos y le preguntan:

—¿Qué pasó, si era una carambola sencillísima?’.

—Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que dijo mi mamá esta mañana, sobre algo grave que va suceder en este pueblo.

Todos se ríen de él.

Y el que ha ganado los mil pesos regresa a su casa, donde está su mamá. Feliz con sus mil pesos dice:

—Le gané estos mil pesos a Dámaso en la forma más sencilla, porque es un tonto.

—¿Por qué es un tonto?

Dice:

—Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima, estorbado por la preocupación de que su madre amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo.

Le dice la mamá:

—No te burles de los pensamientos de los viejos, porque a veces salen.

Una pariente lo oye y va a comprar carne. Ella dice al carnicero:

—Véndame una libra de carne.

Y en el momento en que la está cortando, agrega:

—¿Sabe qué? Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar, y lo mejor es estar preparados.

El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice:

—Mejor lleve dos, porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar y se está preparando, y andan comprando cosas.

Entonces la vieja responde:

—Tengo varios hijos. Mire, mejor deme cuatro libras.

Se lleva cuatro libras. Y, para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero, en media hora, agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor.

Llega el momento en que todo el mundo en el pueblo está esperando que pase algo.

Se paralizan las actividades, y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice:

—¿Se han dado cuenta del calor que está haciendo?

Y otro responde:

—Pero en este pueblo siempre ha hecho calor. Tanto calor que es un pueblo donde todos los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban a la sombra, porque si tocaban al sol se les caían los pedazos.

—Sin embargo —dice uno—, nunca a esta hora ha hecho tanto calor.

Y otro responde:

—Pero si a las dos de la tarde es cuando hay más calor.

Y otro responde:

—Sí, pero no tanto como ahora.

Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja un pajarito.

—!Hay un pajarito¡.

—Pero, señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.

  • Sí, pero nunca a esta hora.

Llega el momento de tal tensión para los habitantes del pueblo que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.

—Yo sí soy muy macho —grita uno—, yo me voy.

Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en la carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndole.

Hasta el momento en que dicen:

—Si este se atreve a irse, pues nosotros también nos vamos. Y  empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo.

Y uno de los últimos que abandona el pueblo dice:

—Que no venga la desgracia a caer sobre todo lo que queda de nuestra casa.

Y entonces incendia la casa, y otros incendian otras casas.

Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en éxodo de guerra. Y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio clamando:

—Yo lo dije, que algo grave iba a pasar en este pueblo y me dijeron que estaba loca”.

***

Al final del relato estaba la siguiente firma: Gabriel García Márquez, un autor del que había oído hablar por un cuento llamado “Ojos de perro azul”,  por una novela titulada “Cien años de soledad” y por una canción de corte tropical llamada “Macondo”, que sonaba diariamente en las emisoras a finales de los años sesenta.

Varios años después, cuando ya había leído “Cien años de soledad” y todo lo que hasta ese momento había publicado García Márquez, me encontré en la biblioteca Bartolomé Calvo un libro gordo y rudamente empastado en el que alguien había recopilado fotocopias de un montón de entrevistas que le habían hecho al colombiano en diferentes periódicos de América Latina.

En una de esas entrevistas, García Márquez le anunciaba al periodista que planeaba escribir un libro de cien cuentos para niños, del cual ya tenía varias ideas, entre esas la del pueblo incendiado.

Fue así como me di cuenta de que los editores del libro de Castellano de mi bachillerato habían extraído ese relato de la entrevista, donde también se anunciaba la creación de un cuento donde un par de hermanos, menores de edad, se ahogan en un cuarto lleno de luz, el cual, en la década de los noventa, se tituló “La luz es como el agua” e hizo parte del libro “Doce cuentos peregrinos”. Pero siempre me ha parecido que en la entrevista quedó mejor contado.

Volviendo al cuento del pueblo incendiado, por las épocas de la Bartolomé Calvo también supe que lo habían convertido en una película mexicana llamada “Presagio”, además de que el público general siempre sostuvo la creencia de que se trataba de una pieza de la colección de cuentos de García Márquez, cuando en realidad —eso creo— nunca pasó de ser un relato oral contado a unos periodistas.

Por mi parte, desde que lo leí en mi libro de Castellano siempre tuve la impresión de que se me parecía a otra historia que había leído años atrás, pero no tenía claro si pertenecía a un libro o a un periódico. Fue sólo hasta que llegó el siglo XXI cuando me acordé de que en un libro de Castellano para quinto de primaria, propiedad de mi hermano mayor, aparecía, en el capítulo de lecturas recreativas, una historia titulada “El gato de tal…”. No recuerdo el nombre del pueblo o ciudad donde ocurrían los hechos. Por eso pongo la palabra “tal”.

Y dice más o menos así:

“En la ciudad de ‘tal’ nunca habían visto un gato. Por eso, no había un solo rincón que no estuviera invadido de ratones.

Cualquier día, llega un forastero a la cantina. Pide una cerveza y se queda en la barra impresionado por la cantidad de ratones que caminan tranquilamente de un lado a otro.

—¿Por qué hay tantos ratones en este sitio?—le pregunta al cantinero.

—No es solamente aquí —responde el otro—, es en todo el pueblo. Y ya no sabemos qué hacer para erradicarlos.

—¿Y por qué no buscan un gato?

—¿Un qué?

—Un gato

—¿Qué es eso?

El forastero, asumiendo que la ignorancia del cantinero es la misma de todo el pueblo, se despide prometiendo volver enseguida. Monta su caballo, sale del pueblo y al poco tiempo regresa. Saca un gato de las alforjas y se lo pone al cantinero en la barra.

—Esto es un gato —le dice—

—¿Y qué hace?

—Como ratones

De inmediato, el gato corre por toda la cantina cazando ratones, ante los ojos asombrados del cantinero.

—¿Cuánto quiere por ese animal?

El forastero se aprovecha y pide una suma exorbitante, a lo que el cantinero opta por llamar al resto de lugareños y les propone hacer una colecta, con el fin de cubrir el precio del gato.

En cuanto le dan la suma requerida, el forastero monta su caballo y se aleja velozmente.

Los habitantes no dejan de maravillarse con las habilidades del gato, pero de pronto uno de ellos se pregunta qué otra cosa podría comer, en cuanto se acaben los ratones.

De inmediato le ordenan a un labriego que vaya en busca del forastero, para que le pregunte por otros alimentos para el animal. El labriego logra alcanzar al forastero bajo la sombra de un árbol. Pero este, en cuanto ve a la persona que se aproxima, monta su caballo y arranca raudo creyendo que le van a quitar el dinero.

Así las cosas, al labriego no le queda más remedio que gritar:

—Oiga, ¿qué otras cosas come el animalito?

Y el forastero también grita:

—Como de todo. No es exigente.

Pero, debido a lo lejos que va el forastero, el labriego entiende “nueces y gente”.

La preocupación se apodera del pueblo, tras la declaración del labriego.

—O sea —dice alguien—, cuando se acaben los ratones, querrá comernos a nosotros.

Después de varias deliberaciones, los pobladores resuelven que hay que matar al gato.

Llega el momento en que no queda ni un solo ratón, y los lugareños designan a uno de ellos para que mate al gato, pero el designado lo ve tan tierno e indefenso que no se atreve a cumplir el mandato.

En realidad, nadie se atreve. Pero de pronto  alguien propone llevarlo a un rancho a las afueras del pueblo e incendiarlo, para que el animal muera adentro.

Así lo hacen. Pero cuando lanzan la primera tea encendida contra el techo de palma, no cuentan con que el gato tiene tanta agilidad que escapa de las llamas saltando por una ventana hacia otra casa, hacia la cual también lanzan una tea, pero ocurre lo mismo que en la primera: el gato logra escaparse y ya son cuatro casas las incendiadas.

Luego, los pobladores logran ver al gato a lo lejos, sentado y con una de las patas delanteras alzada y lamiéndosela. Pero los habitantes interpretan el gesto como que está jurando que pronto volverá para vengarse de ellos por haber querido asesinarlo.

Todos se asustan y, después de varias discusiones en medio del pánico, resuelven abandonar el pueblo. Cada uno toma sus pertenencias, sus parientes y sus carretas y va rodando por la calle principal. Pero de pronto se detienen cuando uno de ellos decide quemar su casa, para que la supuesta maldición que lanzó el gato no caiga sobre ella.

Todos lo imitan y, en pocas horas, el pueblo se convierte en una inmensa bola de fuego, mientras las carretas se alejan entre los caminos enmontados”.

***

Como ya les dije, no recuerdo el nombre del pueblo o ciudad donde ocurre este caso. Es más, no estoy seguro de si es ese el título exacto. Tampoco recuerdo el autor ni su nacionalidad, por lo cual quisiera que ustedes me ayuden a encontrar esos datos. Pero de lo que sí estoy casi seguro fue que sirvió de inspiración para que García Márquez hiciera su propia versión, pero en medio de las tierras abrasadoras de cualquier pueblo del Caribe.

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