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Karina Medina sabe cómo novelar engaños

“𝐋𝐚 𝐟𝐨𝐫𝐭𝐮𝐧𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐛𝐞𝐧𝐝𝐞𝐜𝐢𝐝𝐨𝐬” 𝐞𝐬 𝐬𝐮 𝐩𝐫𝐢𝐦𝐞𝐫𝐚 𝐧𝐨𝐯𝐞𝐥𝐚, 𝐝𝐨𝐧𝐝𝐞 𝐭𝐨𝐝𝐚 𝐮𝐧𝐚 𝐜𝐨𝐦𝐮𝐧𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐝𝐞 𝐜𝐫𝐞𝐲𝐞𝐧𝐭𝐞𝐬 𝐜𝐫𝐢𝐬𝐭𝐢𝐚𝐧𝐨𝐬 𝐜𝐚𝐞 𝐫𝐞𝐧𝐝𝐢𝐝𝐚 𝐚𝐧𝐭𝐞 𝐮𝐧𝐚 𝐩𝐫𝐨𝐦𝐞𝐬𝐚 𝐝𝐞 𝐠𝐚𝐧𝐚𝐧𝐜𝐢𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐡𝐮𝐦𝐨.

Rubén Darío Álvarez Pacheco, muchahon@rinconguapo.com

Hace unos días releí “La fortuna de los bendecidos”, la primera novela de la escritora barranquillera Karina Medina Pino, y no fue sólo un reencuentro con una historia que me atrapó desde la primera línea, sino también con la persona detrás del texto.

Karina, periodista e hija adoptiva de Cartagena, ha demostrado que no sólo sabe cubrir eventos o redactar crónicas para medios impresos y digitales, sino que también posee una sensibilidad narrativa que cala hondo, sobre todo cuando decide explorar los rincones más oscuros del deseo humano.

De hecho, tiene estudios en creación literaria, dirige talleres, corrige textos, asesora a escritores y tiene su espacio mediático llamado “La Chaza”, donde publica reseñas de libros y entrevistas a autores famosos o en apertura de caminos. Es decir, respira y transpira letras con pasión en extremo contagiosa.

La primera vez que leí “La fortuna de los bendecidos” quedé perplejo. Quizás porque no esperaba que alguien a quien había visto en funciones periodísticas más convencionales estuviera tramando, en silencio, una ficción tan poderosa. Pero lo estaba haciendo. Y lo hizo bien. Desde entonces, nuestras conversaciones han sido frecuentes, no sólo como lector y autora, sino también como fanáticos literarios. Hoy, es ella la primera que revisa mis cuentos. La literatura nos acercó y, desde entonces, no he dejado de admirarla.

“La fortuna de los bendecidos” cuenta una historia de engaño, pero lo hace con una mezcla de humor negro, lenguaje popular y una lucidez crítica que golpea donde más duele: la fe ciega.

La novela gira en torno a una comunidad cristiana que, hipnotizada por el discurso seductor de una mujer satánicamente llamada Luzbella, entrega su dinero y su esperanza a cambio de una promesa de riqueza fácil.

La estafa que relata Karina puede parecer absurda para quien la ve desde afuera. ¿Cómo es posible que tanta gente creyera en semejante disparate? Pero la novela no juzga. O, al menos, no lo hace de forma directa. Prefiere contar la historia desde dentro, desde la voz de Margoth, una mujer del pueblo, quien, sin querer, termina siendo la narradora coral de todo un fenómeno social.

Margoth no es sólo un personaje; es la calle, el barrio, la esquina, el chisme, el rezo, la lágrima, la indignación. Con ella entramos al universo caribeño de la novela: un lugar caluroso, ruidoso, con palabras sudadas y emociones a flor de piel. Margoth no escribe, pero habla como si lo hiciera; y Karina le presta una voz tan genuina que uno siente que la está oyendo desde una mecedora de la terraza o del patio.

Pero el gran acierto de la novela está en su tono. No hay grandilocuencia, no hay pretensión de ser literatura “seria”. Y, sin embargo, lo es. Es seria en su tratamiento del lenguaje, en su estructura narrativa, en la forma en que toma un caso real (porque esto ocurrió, con otros nombres y en otro contexto) y lo convierte en una historia verosímil, literaria y conmovedora.

Karina no cayó en la trampa del pasquín ni en la denuncia obvia. Tampoco se conformó con reproducir un hecho periodístico. Hizo lo que pocos periodistas hacen con éxito: transformar la crónica en ficción sin perder la fuerza del dato ni la humanidad de los protagonistas, lo cual es muy difícil, pero ella lo logra.

Leer esta novela fue también mirarme en un espejo molestoso. No porque haya caído en una estafa similar, pero sí porque entendí que todos estamos a un paso de ser engañados. Basta con que nos toquen el anhelo correcto: el dinero fácil, el ascenso rápido o el milagro improbable. Todos tenemos un “Luzbella” que, en algún momento, nos promete la salvación inmediata.

De manera que, más allá del escándalo, la novela pone en jaque nuestras certezas. Nos invita a cuestionar los discursos que nos seducen, los líderes que seguimos y los ídolos que construimos. ¿Qué tan seguros estamos de que no caeríamos? ¿Qué tan pendejos seríamos, si el disfraz es el correcto y el discurso nos acaricia el ego o la fe?

Karina también hace algo importante: no se burla. No ridiculiza a las víctimas. Las muestra con compasión, con ternura incluso. Y eso es profundamente político. Porque en un país donde la prensa suele subirse al podio del juicio, ella opta por la empatía. Y lo hace desde la ficción, lo cual potencia aún más el gesto.

Recuerdo que cuando terminé de leer la novela por primera vez, me quedé en silencio. Cerré el libro y pensé en todas las veces que he escuchado historias parecidas. Gente buena, trabajadora, crédula, que cae porque quiere creer. Y luego, la condena pública. Los mismos que te animan a soñar son los primeros en señalarte cuando te estrellas.

La novela también tiene algo de tragedia griega disfrazada de sainete costeño. La caída de los personajes es inevitable, pero no deja de doler. Aunque uno vea venir el desastre, quiere creer que tal vez esta vez no sea así. Y eso es lo que logra Karina: que uno quiera creer, aun sabiendo que es imposible.

A nivel técnico, me sorprendió la soltura con la que narra. No hay pretensión de estilo, pero hay estilo. No hay frases rebuscadas, pero hay ritmo, cadencia, musicalidad. Es un libro que se lee casi de un tirón, pero que se queda dando vueltas en la cabeza. Es ágil, pero no superficial. Es liviano, pero no banal.

Además, hay momentos de humor genuino. De ese que nace del absurdo cotidiano, del diálogo chispeante, de la picardía caribeña. Eso también es literatura. Saber cuándo reírse, cuándo llorar y cuándo hacer las dos cosas al tiempo.

Todo lo anterior está fundamentado en que Karina es una devoradora de libros, por lo cual me recomienda  lecturas que podrían fortalecer mis cuentos, sobre los que siempre arroja una  mirada entusiasta, pero no menos rigurosa y seria. Ha sido honesta. Y eso vale oro en este oficio de escribir, donde muchas veces uno navega a ciegas o puede caer en la trampa del elogio mutuo, “que tanto alimenta el ego, pero hace daño a la buena escritura”, como dice la escritora cartagenera Patrizia Castillo.

Por eso quería escribir este artículo. No sólo para hablar del libro de Karina, sino también para celebrar a la autora. A la mujer que decidió novelar los engaños, no para burlarse, sino para entenderlos. Y para recordarnos que todos, de alguna manera, estamos en busca de una fortuna que quizás nunca llegue.

Pero si llega en forma de buena literatura, como la que escribe Karina, entonces bendecidos somos los lectores.

𝐏𝐎𝐒𝐃: 𝐐𝐮𝐢𝐞𝐧𝐞𝐬 𝐝𝐞𝐬𝐞𝐞𝐧 𝐚𝐝𝐪𝐮𝐢𝐫𝐢𝐫 ❞𝐋𝐚 𝐟𝐨𝐫𝐭𝐮𝐧𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐛𝐞𝐧𝐝𝐞𝐜𝐢𝐝𝐨𝐬❞, 𝐩𝐮𝐞𝐝𝐞𝐧 𝐬𝐨𝐥𝐢𝐜𝐢𝐭𝐚𝐫𝐥𝐨 𝐦𝐞𝐝𝐢𝐚𝐧𝐭𝐞 𝐞𝐥 𝐧𝐮́𝐦𝐞𝐫𝐨 𝟑𝟏𝟔-𝟖𝟐𝟒𝟐𝟑𝟏𝟒

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